sábado, 28 de junio de 2014

GUIJARRO por Piero Galasso

Mi amiga cuenta las olas porque el mar no deja de provocarla con la espuma de su llanto. Cree que si suma todas a una el mar terminará de sufrir y aceptará que la tierra hace tiempo que se preocupa más del viento y la luz que del agua. Se sienta delante de unos pocos guijarros y cada día suma y suma hasta que cae derrotada de sueño y el mar la arrulla con su quejumbrosa forma de hacer las olas.Como si el mar , a ojos de este mundanal humanoide que abajo firma, en su magnificiencia agradeciese el apoyo de la incansable muchacha que apura su energía diaria en entregarle toda su atención al agua en movimiento. Y todos los días la misma rutina. El tiempo, el desatino no existen para mi amiga. ¡Qué locos aquellos que no sufren la desdicha del mar como propia!. Mundanas y aburridas cosas como el dinero y la prisa entorpecen a los señores atribulados en su mirar del mar. ¿Cómo pueden vivir y obviar la dura realidad del ggiante de agua salada?. Mi amiga no comprendía que alguien gastase tiempo en olvidarse del mar o simplemente que contemplase el fin de semana como continente de planes futuros de atención. Es ahora, en este mismo instante, que el mar se queja. Ella no comprendía esa actitud pero no intentaba convencer a nadie de que lo maravilloso del mundo que nos vive es contemplar en repetición continua el devenir del mar. Los locos son los que intentan perder el tiempo yo sólo se lo regalo al mar, decía a quien se lo preguntase. Naturalmente, corrió la voz entre la gente preocupada. No puede ser que una muchacha no coma, no beba y que sólo mire al mar con altruisticos ojos comentaban , en resumen, las gentes que no se enteraban de nada. Locura, enfermedad, suciedad y delito bramaba la gente ignorante mientras que la niña ya había comenzado a urdir un nuevo plan en consonancia con su silente amigo el mar. Conocería nuevos parajes e intentaría llegar al origen del viento y la tierra y uniría para siempre en amistad indisoluble a los 3 elementos aunque los guijarros no le cogiesen en la maleta porque, sencillamente, no tenía. Los guijarros que la sostuvieron durante tantas noches modelando su sueño, dándole forma a su esperanza no la acompañarían. Se quedarían contemplando la espuma del llanto del mar, con la esperanza de que , algún día , la espuma desaparezca y agua, viento y tierra sean uno.




Piero Galasso

martes, 24 de junio de 2014

AEROPUERTO por Luc Dupont

La pantalla de salidas inminentes me seduce con nombres exóticos mientras el billete que nunca utilizaré me invita a sentarme en el 28E de un avión de Ryanair con destino Alicante. Ni siquiera es ventanilla, ni siquiera es pasillo. Es el maldito asiento del medio. ¿Qué pinto yo volando a Alicante embutido entre dos gordos sudando como si no hubiera mañana? Nada. Por eso no cojo ese avión. Por eso no cojo ninguno.

Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.

-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.

Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél,  en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.


El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.

Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.

Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.

Que te den por culo,  Alicante. Me vuelvo a mi nido.


Luc Dupont.

sábado, 21 de junio de 2014

AEROPUERTO por Piero Galasso

Ella sólo quería ser el reflejo de lo que estaba por venir, de ese futuro idealizado que nunca conseguiría y con el que soñaría todos los días de su vida. Imprimía velocidad a su existencia del mismo modo que yo me perdía en explicaciones inertes acerca de la mejor forma de posicionarme en un sofá desvencijado. Digamos que ella era la casa finalizada y yo el agente inmobiliario que magnificaba los acabados de la misma. La vida pasaba a través de ella y era la vida la que aprendía a lidiar con ella. Su fortaleza residía en que no necesitaba de nadie para seguir hacia delante ni coaccionaba a nadie con la ambivalente moneda de la amistad. En aquellas ocasiones en que su coraza se rompía y auxilio pasaba a ser la única palabra en su romo diccionario, me escribía. Lo hacía cuando tenía miedo y su prosa no era tendenciosa ni excesiva. Era cierta, pegajosa y visceral. El miedo la hacía deshacerse de cualquier rubor y me golpeaba en el estómago con aquella suma de palabras voluptuosas que me dejaban al borde de la debilidad, de aquella que me hacía desayunar en un aeropuerto siempre que la echaba de menos. Pero siempre que llegaba el correo, me contenía, esperaba a que fuera de noche y engatusaba la yugular de alguna desprevenida mujer y aplacaba con otro cuerpo mis ansias de volver a verla desnuda destrozando mis tímpanos con los sonidos guturales que hacía cuando llegaba al orgasmo. En la temida mañana siguiente, cuando mi personaje dejaba de tener fuerza y lo hacía huir por la ventana a puntapiés llevando consigo el recuerdo vacío de un cuerpo que no me pertenecía, volvía a mí el recuerdo del correo aullando desde el buzón sabedor de que tarde o temprano, un nuevo recibo de la cafetería del aeropuerto se perdería entre mis facturas sin pagar. Hasta que, simplemente, ese personaje que utilizaba de madrugada pasó a ser referencia y captador de más minutos en el burlesque que sustituye a mi vida desde hace un tiempo. Y el correo seguía llegando y se amontonaba con las demás facturas y pasó a ser eso, una responsabilidad aburrida con la que , por inmaduro, ya no me apetecía lidiar. Y coño, me encontré feliz una mañana viendo en el reflejo de la ventana, el pelo enmarañado de una mujer entre las sabanas mientras que la luz de una mañana de Junio y la música más libre de la chicha sonaba ancestral, dándole a toda la escena una verdad mil veces superior al estertor redundante que exhalaba su último aliento en mi buzón. Es hora de ser el actor principal. Bienvenidos al vodevil.


Piero Galasso