viernes, 29 de agosto de 2014

CUADRILÁTERO por Luc Dupont.

Giancarlo Tiburte nació en Calabria. Calabria es la parte dura de Italia; Giancarlo, el tío más duro de Calabria.

Con 10 años, mientras engullía gnocchi alla calabrese en el restaurante La Rose dei Venti del centro de Reggio, vio a una rata que a sus pies se comía un buen trozo de parmigiano reggiano. Sin decirle nada a su mamma, que compartía mesa con él, cogió a la rata del rabo y la levantó hasta el plato de comida. El grito de su madre al ver la rata alertó a los demás comensales, y se formó un jaleo en el restaurante. El niño, absorto en su tarea, posó la rata en la mesa mientras la seguía sosteniendo por el rabo, y comenzó a darle golpes secos con su mano. Bum. La rata grita. Bum. La rata muere. Bum. La camiseta de Giancarlo llena de sangre de rata.

 Mientras los chavales de su edad comenzaron a salir con las chicas ( porque cortejarlas ya las cortejaban desde los dos años como buenos italianos), Giancarlo se aburría. Le gustaban las mujeres, sí, pero todo aquel engominamiento, todas aquellas maneras, posturas y frases que había que hacer o decir para llevarse a una chica a la cama le aburrían, le parecía una pérdida de tiempo. Su padre, con mejor o peor ojo, observó la incipiente personalidad de su hijo y creyó que sería imposible cambiarlo. Por ello, llevó al Giancarlo de 14 años a dos lugares que marcarían su vida. El primero, un club donde Giancarlo se hizo a una mulata de inmensas caderas que le sacaba veinte años. Bum. Bum. Bum. Se corrió en cuatro minutos y al quinto ya estaba fuera esperando por su padre, que sospechosamente tardó en aparecer en la entrada del club. 

El segundo y más importante lugar al que lo llevó su padre fue al gimnasio Martellotto. Su padre lo dejó en manos de Eduardo Martellotto, entrenador de boxeo de barrio. Cuando lo vio por primera vez, Martellotto se cogió la barriga con las dos manos, se mesó el bigote, y dijo que poco podría hacer con aquel "puto spaguetti". En aquel mismo momento, el spaguetti hundió su puño en la barriga de Martellotto con una furia semejante a la de Rino Gaetano cantándole a Calabria. El gordo Martellotto recapacitó desde el suelo y dijo que entrenaría a aquel hijo de puta.

23 de Diciembre de  1980. En Chicago se celebra un combate benéfico. Jack Duprier contra un cualquiera. Se han ido cayendo posibles contrincantes de la lista debido a que nadie quiere ser humillado por Duprier, ni siquiera en un paripé de pelea navideña. Duprier se ha hecho un nombre a base de noquear a todo el que se le ha puesto por delante con su demoledor gancho de izquierda. Se habla de él como el enésimo sucesor de Alí. 

A las nueve de la noche sube al ring Duprier para saludar a su oponente, del que ni siquiera conoce el nombre. En el momento de chocarse los guantes previo a la pelea, Duprier le dice a su adversario que parece un spaguetti. Giancarlo Tiburte asiente con la cabeza y se va a su rincón del cuadrilátero para comenzar la masacre.

Bum. Crochet a la mandíbula. Bum. Gancho directo al mentón. Bum. El cuerpo de Giancarlo lleno de sangre de Dupier. 


Luc Dupont. 

sábado, 23 de agosto de 2014

CUADRILÁTERO por Piero Galasso

Ensangrentado, cual querubín desnudo protagonista de una fuente de la cual brotaba su propia sangre, el púgil novato Jack Duprier intentaba como podía no perder el conocimiento. Había sido convencido para participar en una pelea benéfica en el gimnasio  Ackendale´s Home de la calle Everfrost y el resultado final no cuadraba con la idea preconcebida que tenía de tal evento. Su oponente sería Giancarlo Tiburte , un puto spaghetti del que se decía que no sabía ni hablar inglés pero tenía un gancho de derechas demoledor. Pero Jack tenía una confianza desorbitada en sus cualidades. En su gimnasio era el número uno y los sparrings comenzaban a escasear porque ya nadie quería recibir aquellos golpes primorosos que salían como rayos de su tronco. Entonces ¿cómo no aceptar pelear gratis a cambio de una porción de las ganancias en las apuestas?. Para cuando la campana sonó, el muchacho conoció de golpe a su majestad la bella mala ostia de la vieja Europa en todo su esplendor. El italiano parecía que llevase una eternidad de esclavo y asesinar a golpes a ese envalentonado chico negro fuese su carta de libertad. Jack Se sintió como cuando Ali dejó hacer a Foreman en el célebre Rope a Dope. Resistía los golpes casi sin defensa  fatigando al esmerado Foreman que creía tener a Clay devastado y ,pobre iluso, nada más alejado de la realidad. El campeón estaba jugando con él. De cuando en vez, se abrazaba al aspirante escupiéndole rabia en las orejas. Soy mejor que tú, le diría con inquina o le llamaría nenaza. Los golpes se sucedían y Ali jugaba a ser el creador de su farsa preferida. Cuando vió al percutor lo suficientemente cansado, abrió la veda y los golpes caníbales se sucedieron como cuando se abre una presa y el agua parece arrasar con todo. La negrura sobrevino al ímpetu de Foreman con la derrota más desvergonzada conocida en el boxeo a ese nivel. Ali ganaba de nuevo, el arrogante hijo de puta se llevaría la gloria de la forma más humillante para el aspirante. El juego tenía un dueño y colocaba el tablero donde y cuando quería. La mayor virtud del Ali joven no era ni su juego de pies, ni el largo de sus brazos o de su pecho sino su inteligencia. Era tan listo que inventó al campeón humilde  y arrogante a la vez.Los oponentes al escuchar sus brabuconadas previas al combate se desplazaban por el ring cegados de ira, bailando las notas que el número uno silbaba. Un genio que no supo parar a tiempo. Pero la historia de este hijo de carnicero y costurera llamado Jack Duprier fue totalmente a la inversa. Tiburte asestaba golpe tras golpe a cada cual más certero y violento y jamás se fatigaba y parecía pintar las cuerdas del cuadrilátero con la tinta roja que emanaba de la cabeza de su contrincante. Y ahí, a escasos segundos de la detonación de su cerebro, Jack se percató de que el talento se mide en distancias largas y no en palabras huecas.


Piero Galasso