La puerta se cerró delante de nosotros y allí nos quedamos
quietos Billy Fatso Zimmer y yo. De su boca salieron su frustración e ira
vestidas con el uniforme del insulto bien pronunciado. En mi cabeza sólo se
repetía aquella melodía de la cual
nunca supe el nombre de su autor ni de la canción en sí . Pero que bien sonaba.
La composición de nuestras caras era singular por
antagónica. El rostro de Bill
explotaba. Bajo su piel, su sangre parecía hervir al calor de las palabras que
su boca esputaba, al tiempo que sus ojos subían y bajaban en sus cuencas como
agua en ebullición otorgando al conjunto un carácter demoníaco.Por el
contrario, mis pupilas se expandían al
son de la tonada con la que mi cerebro se divertía mientras que mi boca se
mostraba entreabierta otorgándome una expresión de lo más idiota.
Billy me sacó de la ensoñación agarrándome por el brazo,
mascullando soluciones de camino a su Buick convertible del 74. Cuantas veces
habíamos ido en ese coche con Daisy y Jacqueline a emborracharnos a la playa. Recuerdo el olor de aquella tarde en la que Daisy llevaba el pelo descolocado
por el viento y lo que su boca y sus ojos me decían no concordaban. Debido a lo
cual, me decidí a escribir mis memorias sobre su piel mientras, en la distancia
y divertida, Jackie le llamaba babuino iletrado al bueno de Zimmer.
Desafortunadamente, en esta ocasión no había más pellejos en dirección al
automóvil aparte del de fatso y el mío.
Después de semanas de búsqueda de la copia de aquel libro de
Kerouaq que un día le perteneció, ya ni me molestaba en preguntarle acerca de
qué es lo que exactamente se encontraba entre aquellas páginas, pudiera ser un
décimo de lotería o algún recuerdo en papel de fuerte valía emocional, porque siempre me contestaba lo mismo:
“La realidad y mi realidad se batieron en un duelo dispar
impregnando aquellas páginas de sensaciones propias de un iluminado. Tal es así
que no consigo recordar ni una sóla de las palabras que escribí en los
márgenes. Me encontraba en una especie de trance, algo divino, celestial. En
aquellas letras está el germen de mi próxima novela. Mi deber es encontrar ese
libro para comprobar si continuo teniendo talento o si mi genio murió de abulia
contemplando la jovial marcha de mis musas a ninguna parte”.
La primera vez que escuché estas palabras he de reconocer
que me sentí fascinado por la respuesta y creí entender el motivo por el cual
este fantástico escritor no publicaba una novela desde hacía ya casi siete
años. Ahora y tras dibujar con mi espalda una nueva forma en el asiento de
copiloto del Buick, me sé en la compañía de un hombre loco que incansablemente
lucha por encontrar su humanidad en un libro perdido, que quizás haya sido ya
quemado o lanzado al mar en una suerte de muerte poética.
A Billy le habían dicho que en aquel lugar alguien tendría
la maldita copia y no solamente no la tenían sino que nos mandaron a la mierda
sin musicalidad alguna y con el sonido rabioso de la puerta reencontrándose con
el marco, nos despidieron. Billy sacó del bolsillo de su chaqueta una lista donde había escrito los lugares donde
podría encontrarse el dichoso libro y ,tachando con rabia la última dirección,
pronunció con ímpetu la siguiente 3828 Piermont Drive y
,arrancando su magnífica máquina, salimos a toda velocidad hacia la misma.
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