sábado, 21 de junio de 2014

AEROPUERTO por Piero Galasso

Ella sólo quería ser el reflejo de lo que estaba por venir, de ese futuro idealizado que nunca conseguiría y con el que soñaría todos los días de su vida. Imprimía velocidad a su existencia del mismo modo que yo me perdía en explicaciones inertes acerca de la mejor forma de posicionarme en un sofá desvencijado. Digamos que ella era la casa finalizada y yo el agente inmobiliario que magnificaba los acabados de la misma. La vida pasaba a través de ella y era la vida la que aprendía a lidiar con ella. Su fortaleza residía en que no necesitaba de nadie para seguir hacia delante ni coaccionaba a nadie con la ambivalente moneda de la amistad. En aquellas ocasiones en que su coraza se rompía y auxilio pasaba a ser la única palabra en su romo diccionario, me escribía. Lo hacía cuando tenía miedo y su prosa no era tendenciosa ni excesiva. Era cierta, pegajosa y visceral. El miedo la hacía deshacerse de cualquier rubor y me golpeaba en el estómago con aquella suma de palabras voluptuosas que me dejaban al borde de la debilidad, de aquella que me hacía desayunar en un aeropuerto siempre que la echaba de menos. Pero siempre que llegaba el correo, me contenía, esperaba a que fuera de noche y engatusaba la yugular de alguna desprevenida mujer y aplacaba con otro cuerpo mis ansias de volver a verla desnuda destrozando mis tímpanos con los sonidos guturales que hacía cuando llegaba al orgasmo. En la temida mañana siguiente, cuando mi personaje dejaba de tener fuerza y lo hacía huir por la ventana a puntapiés llevando consigo el recuerdo vacío de un cuerpo que no me pertenecía, volvía a mí el recuerdo del correo aullando desde el buzón sabedor de que tarde o temprano, un nuevo recibo de la cafetería del aeropuerto se perdería entre mis facturas sin pagar. Hasta que, simplemente, ese personaje que utilizaba de madrugada pasó a ser referencia y captador de más minutos en el burlesque que sustituye a mi vida desde hace un tiempo. Y el correo seguía llegando y se amontonaba con las demás facturas y pasó a ser eso, una responsabilidad aburrida con la que , por inmaduro, ya no me apetecía lidiar. Y coño, me encontré feliz una mañana viendo en el reflejo de la ventana, el pelo enmarañado de una mujer entre las sabanas mientras que la luz de una mañana de Junio y la música más libre de la chicha sonaba ancestral, dándole a toda la escena una verdad mil veces superior al estertor redundante que exhalaba su último aliento en mi buzón. Es hora de ser el actor principal. Bienvenidos al vodevil.


Piero Galasso

No hay comentarios:

Publicar un comentario