(Hagamos aquí un inciso y respiremos con fuerza para cerciorarnos de que estamos vivos. Pensemos también en posibles definiciones de soledad más adecuadas al texto que la siguiente: )
La soledad a veces es la mejor compañera. Sólo un poco. Sólo como ese pequeño placer que se da el perpetuamente acompañado y felizmente ocupado. Pero ponerse tonto por una ciudad grande, ponerse jodidamente melancólico entre cientos de ojos improvisados tiene un sabor increíble, la verdad. Es como disparar con pistolas de fogueo, representar un pequeño teatrillo personal. Dejarse llevar es tan dulce que engancha, aunque su adicción obliga a realizarlo en pequeñas dosis. Una vez al mes es suficiente dosis para cualquier tipo con autocontrol. Si es invierno, si hay abrigo y manos en los bolsillos, mucho mejor. Si el sujeto fuma y hay un río que bordear paseando, entonces casi se roza el delirio del bohemio. Si el sujeto no fuma o lo ha dejado, le rogamos no haga el gilipollas y no vuelva al vicio.
(Volvamos a respirar y pensemos en algo mejor con lo que rematar el texto que este poema barato que se presenta. Se deben cerrar mejor los partidos, hay muchas y mejores maneras de meter un gol.)
Salir, quedarse, acercarse al abismo
languidecer en un saco de miedo.
Roer, roer, roer el nudo de mi cuerda
soñar con escaparse, pensar el cielo.
Olvidada melancolía que siempre vuelve,
y tú te me quieres escapar, finito tiempo
aprender, aprender, aprender, aprender
a contar con la complicidad del viento.
Hoy pretendo liberar, abrir, respirar bien
pausar mi denostada locura con este espejo
que devuelve palabras desnudas, quema puntos
y convierte papel en necesario alimento.
Luc Dupont.
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