Con las
manos marcadas por sus infinitas callosidades, el músico artesano exige a
gritos paciencia y dilación al impaciente tiempo.
-¿Usted
quiere un trabajo bien hecho, o pretende llevarse a sus entrañas un conjunto vacío
y carente de alma?
-Yo quiero
algo bueno y lo quiero ahora.-, grazna el tiempo sin paladar poético. Sus
colmillos se encuentran ya afilados para desestabilizar cualquier yugular
bohemia.
El artesano
resopla. Él también se ha convertido en un hombre sin tiempo. Sus musas se han
puesto de acuerdo para abandonarle y visitarlo muy de vez en cuando. Ahora,
cada vez que coge su guitarra, debe revolverse y retorcerse sobre sus perezas
con la mayor de las violencias y permitir que sus dedos se despellejen solos
tratando de encontrar cualquier tipo de sonido que valga la pena.
Todos los
artefactos artificiales y las compañías desestabilizantes se marchan cuando la
silla de madera pide su presencia, sólo su soledad es abrazada con ganas en su
escenario. Sus ropas de tipo desastrado con estilo, sus vinilos rayados a
conciencia y sus poses perfectamente estudiadas a lo Keith Richards se esfuman enseguida porque no hay sitio para nadie
más que él y su piel. El proceso de creación es dulce por lo vulnerable, pero a
veces es duro arrancar las historias de la tierra. Se enroscan tozudamente y
hay que tirar con fuerza y persistencia.
Nunca nos
gustaron las novelas de Marcel Proust
ni sus frases interminables, aunque tenía razón cuando defendía con su vida la capital
importancia de contar historias y la necesidad de contarlas bien. Somos cuentos
e ilusiones entrelazadas que desesperan en lograr que alguien las entienda o al
menos las escuche. El problema es elegir bien qué historia queremos contar y
cómo.
El músico
artesano recita de memoria versos sacados de algún libro antes de enfrentarse
consigo mismo. Los aullidos del tiempo expectante ensordecen sus oídos y
dificultan el precioso recorrido de las letras por el inocente papel, cómplice
involuntario de un acto creativo. Lo que nazca esta vez será mejor o peor, ya
se verá.
Sueñen sus
historias lentas, ahúmenlas y sáquenlas a pasear con asiduidad. Suden sus
tristezas con esmero y dancen hasta el comienzo de la siguiente página.
Luc Dupont.
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