Ante una situación no deseada y particularmente condicionada por características terriblemente indolentes, el hombre decidió jugar con sus propias reglas, enarbolando la bandera de la buena educación hasta el extremo en que se convierte en arma irreductible para con el bruto seguidor de Marte.
Durante 40 años adoleció de falta de fuerza y la provocación necesaria para destacar entre la turba más cercana a sus acciones. Por ello se fustigaba , castigaba y condenaba cual pecador católico fundamentalista golpearía su epidermis con cilicio puro y purificador de impurezas. La situación siguió otra vereda tras un encuentro en la Calle del Juglar cuando se encontraba comprando kg y medio de plátanos para el desayuno. Un anciano horticultor se percató de la presencia del hombre sin alma y, lejos de afrontar una conversación típica, inquirió con cortesía fulminante el porqué de esas facciones dañadas por destruidas. El hombre , sorprendido por la mezcla de severidad y buenas maneras del viejo, contestó con la sinceridad propia del buen amigo desprovisto de desconfianza. El anciano, atento a unas palabras y lamentos tantas veces escuchados , obró con la empatía propia de un arqueólogo budista.
Tras el monólogo del infeliz, el viejo guardó un inicial silencio que ofendió como una no respuesta a su sorprendente apertura interior. Tras la pausa, el viejo abrió su pequeño zurrón y sustrajo una libreta de notas escribiendo en una de sus páginas. Acto seguido, arrancó la página, la dobló tres veces y dijo al pobre hombre que debería llevar en su cartera ese trozo de papel y que , la próxima vez que sintiera que su existencia y orden fueran acechados , debería leer esas palabras. Éstas obrarían como directrices y conseguirían , siguiendo las indicaciones, amainar el dolor que nublaba el sentir que algún día hubo de ser bueno. Tras impactar esotéricamente al hombre sin suerte, el viejo esbozó una sonrisa de satisfacción consciente del huracán emocional que su sapiencia provocó y habría de provocar en la intermitente mente del hombre cansado.
Una vez el viejo hubo partido, el hombre apesadumbrado se encontró en la posición en que se encuentra el idiota cuando tiene en su mano un producto que no necesitaba tras un monólogo viperino de un feroz vendedor de diccionarios. No estaba solamente impactado por el verbo del viejo también por su atuendo, que le recordaba a los solitarios pastores que recorren cada valle y montaña del pueblo natal de sus padres, Mangalaneses del viento, en la parte suroeste de Asturias. Únicamente, existía una diferencia entre el viejo y los pastores asturianos, y es que era poseedor de una melena de color rubio platino y unos ojos azules que impactaban por estar situados en una cara que parecía no merecer una expresión tan veraz.
Este es un detalle importante dado que al niño feliz que el hombre atormentado fue, le infligía un horrible pavor dirigir su mirada a unos ojos azules, bien fuera por televisión o en la calle. Le entraban sudores insoportables y una vez su bondadosa madre lo llevó rauda al Hospital de Benalmádena completamente paralizado tras toparse con un zagal germano en el arenal. El niño sin pena estaba zambulléndose una y otra vez en el Mediterráneo.
Cuando hubo disfrutado de la última zambullida, separó los dedos de su nariz, vació de agua sus orejas, abrió sus ojos y lo vio. Pánico , terror, parálisis, horror, dolor y llanto vinieron veloces a su encuentro inutilizando sus funciones de pequeño ser humano. El doctor, un déspota de época que hoy en día no sería más que un celador con ínfulas de grandeza, comunicó su diagnóstico a la aterrorizada madre del niño. El crápula en bata blanca dijo que el niño sufría un desorden emocional severo provocado por la falta del potasio que se encuentra en los plátanos. Cabe nombrar que al niño fortuna no le gustaban los plátanos y el doctor, sabiamente, asoció esto con su aversión hacia las personas de cabellos rubios. Para curarse, el niño tendría que comer 75 plátanos a la semana y tras los 5 primeros del día debía rezar 4 Padrenuestros y 19 Avemarías. A la madre del niño sonrisa le pareció abusivo dado que , a su juicio, sería suficiente con 70 plátanos pero las oraciones eran escasas, con lo cual aceptó el número de frutas pero incrementó a 50 el número de oraciones, añadiendo 17 Credos y 10 Angelus.
Capítulo primero
Piero Galasso
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