Estamos en crisis. Crisis espiritual. Crisis mental; los duros se convirtieron en incompetentes céntimos y los besos en menages à trois virtuales. Existe un lugar llamado mercado, un casino enorme donde sólo pueden entrar los tipos más indecentes y las multinacionales más colaboradoras, con sus fundaciones y sus acciones sociales para salvar el mundo. Benditas sean. Y después están las hormigas, ese montón inmenso de hormigas amaestradas para comer lo mismo, beber el mismo café y llevar la misma marca de ropa. Todas hablamos de lo mismo, da igual en qué hormiguero nos encontremos, las redes sociales nos organizan haciéndonos creer que nos ofrecen libertad de expresión cuando en realidad les ofrecemos toda nuestra privacidad para que nos conviertan en máquinas perfectas de consumo.
Silencio.
Cada segundo es un pedazo de vida perdido, un paso ganado.
Cualquier pasado fue peor.
Si tuviese una máquina del tiempo no iría hacia el futuro, pienso que después de maravillarme con las superficiales sorpresas que me esperarían bañadas en luces y materiales plásticos, me quedaría tal cual estoy, es decir vacío. Quizás una visita al pasado me permitiría conocer las intimidades de algún personaje histórico, descubrir que a Isaac Newton le gustaban más las peras que las manzanas aunque él se esforzase en olcutarlo, observar cómo las ratas se apoderaban del mundo esparciendo sus malditas enfermedades en forma de peste para acabar con todo, o disfrutar del ambiente señorial de un París ya bohemio pero con un olor a excremento de caballo que tira para atrás, alrededor de principios de un siglo ya terminado.
Pero si de verdad tuviese la oportunidad, volvería cinco minutos hacia atrás. Retrocedería hacia el momento en el que cruzamos nuestras miradas, se me aceleró el corazón y fui incapaz de decir nada. Quizás me volvería a quedar embobado y de mis labios no saldría ningún sonido reconocido como vocabulario, pero por lo menos volvería a ver esos ojos.
Luc Dupont.
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