La pantalla de salidas inminentes me seduce con nombres exóticos mientras el billete que nunca utilizaré me invita a sentarme en el 28E de un avión de Ryanair con destino Alicante. Ni siquiera es ventanilla, ni siquiera es pasillo. Es el maldito asiento del medio. ¿Qué pinto yo volando a Alicante embutido entre dos gordos sudando como si no hubiera mañana? Nada. Por eso no cojo ese avión. Por eso no cojo ninguno.
Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.
-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.
Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél, en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.
El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.
Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.
Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.
Que te den por culo, Alicante. Me vuelvo a mi nido.
Luc Dupont.
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