Existe un momento en Londres y en cualquier otra gran ciudad en el que vas sentado en el metro y te das cuenta de que no sabes adònde vas ni qué hora es porque llevas mil días sin parar de correr. Sin parar de sudar rutina. Bienvenido a la burbuja etérea de cemento. En ese preciso momento donde la realidad y la ficción se frotan y se ponen cachondos, mi enorme sonrisa pasa por encima del hombre que tengo sentado enfrente y se refleja en el espejo tintado del metro. Gol de vaselina a la realidad. Tiene mérito después de tanto penalti no pitado por los malditos árbitros de mi existencia.
Ir al trabajo en estado de enajenación mental ayuda a tirar del día y salir al otro lado del río vivo y brillante como una sardina plateada. Cuando vives en tus nubes de colores y te acompañas de todas las criaturas fantásticas de tu imaginación, ningún imbécil puede arañar tu imperio de fantasía sexual. Tus alucinaciones son tan enormes que te puedes fabricar cualquier monstruo perfecto con orden de morder y matar. Que te traiga los cadáveres del día debajo de la cama y hagamos un recuento de las víctimas de nuestra inocencia mientras nos pasamos el domingo haciendo el amor con melodías de hospital
Todo una mierda y todo genial, todo cambia a cada momento en mi carrusel infantil. Pero me gusta el traqueteo y mientras voy agarrado a mi unicornio de terciopelo dibujo círculos en tus sueños de cemento. No voy a ningún lado pero voy dejando colores y espíritu circense por los pueblos que atravieso. Darse cuenta de que uno no es sobresaliente ni brillante es delicioso si haces de tu exclusiva estupidez comedia y de tu indestructible sonrisa mellada tu escudo anticrisis. Dejemos que nuestros egos se vayan de putas y cuando vuelvan exhaustos los sorprendemos de camino para rajarles las entrañas y llevarnos su corazón de hierro.
Tal vez todo esto venga a que tengo un ratón en casa. Y me jode. ¿Qué hará el ratón de mi casa cuando no estoy? Supongo que lo que todos los ratones, en fin. Bueno, lo que quería decirte es que nosé si esás harto de mí, quiero pedirte tiempo para adaptarme a tu peluda presencia. Perdona mi actitud inicial, todo aquello que te grité no lo sentía, mi voz era presa de prejuicios, ojalá los insultos se olviden más rápido en el mundo de los roedores. No pretendo que seamos amigos ni convivamos, de hecho debo reconocer que tu presencia me incomoda y nosé qué hacer para aceptar el hecho de que compartimos privacidad. Pero la vida a veces es así.
Luc Dupont.
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