De todas mis ciudades, Londres es mi única confidente. Hicimos un trato que ninguna de las demás jamás conocerá; todo sería malentendido y mis caricias semejarían puñaladas. Todo tiene que ver con los kilogramos de miedo y las toneladas de locura que fluyen por dentro de mis distintas pieles. Miedo a esta ciudad nunca le tuve pues nunca se ensañó conmigo: no decidió aplacar mi estupidez con realidad.
Si te quiero abrazar me acerco a tu puente arácnido que conduce a esa fábrica de sueños modernos y antiguos. Mientras cruzo el río entre tus piernas la multitud que me cruzo me regala color. El calor se buscará más tarde en lugares ambientados en nubes etílicas. Nadie vino aquí a llevar vida de domingo, no puedes parar de empujarme por tus calles casi perfectas.
En Londres uno no puede ser uno, la mentira se practica a base de talento e insistencia. Lo más delicioso es que a base de fingir a diario uno acaba llegando al orgasmo de conocerse a sí mismo con el juego de los contrarios.
Vender hamburguesas, ser hombre anuncio o poner copas a malnacidos no deja heridas si puedes perderte en universos paralelos a golpe de Victoria Line. Lo único amargo es la sensación de vértigo. No se preocupen, aquí cuando uno se muere está obligado a renacer; ventajas de vivir en burbuja y no en cemento.
Si eres un soñador, un tipo con aires de bohemio, un cualquiera cansado de ser él mismo; vente a Londres. Escápate sin dejar señales. Que las alas te lleven siempre alto, no tengas miedo a morir de soledad, pronto encontrarás el secreto de la vida encerrado entre dos piernas carnosas o una cabeza activa. Con esta velocidad sólo nos podemos matar, pero es la mejor manera de respirar.
Sigo siendo pequeño por enormes que sean las ciudades, el tiempo no deja de recordarme que el lugar no importa.
Qué quieres que te diga, Londres sigue siendo lo más parecido a una buena canción que conozco.
Luc Dupont.
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