El señor Ramón Martínez Ocaña, con número de DNI 45764591L y fecha de caducidad para el próximo Febrero, se despertó el tres de marzo sobre las doce de la mañana. Era Lunes y querría haberse despertado antes, pero estar en el paro y la botella de vino que se sopló el día anterior, domingo, lo retuvieron en la cama hasta el mediodía. Sus primeros pasos luneros fueron tan pausados y lentos como los primeros pasos lunares del señor Armstrong astronauta, del cual no conocemos si además del apellido compartía el gusto de su homónimo ciclista por las sustancias ilegales y las conductas bochornosas en programas de televisiones de pago presentados por señoras de color. Negro.
Con una taza de café con leche en la mano abrió su cuenta personal de facebook y leyó en su bandeja de entrada uno de los habituales mensajes de su madre. Se había convertido en costumbre comenzar el día con uno de esos artículos, frases motivadoras o imágenes interesantes que le enviaba la Señora Ocaña, con DNI pendiente de renovación este mes y reacia a utilizar el nuevo DNI electrónico.
El artículo versaba sobre las serendipias, sí,`` descubrimientos o hallazgos afortunados e inesperados. También conocidas por este nombre la casualidad, la coincidencia o un accidente. Sin duda, maneras muy románticas de hallar algo´´según el texto.
Ramón Martínez Ocaña decidió agarrarse a las serendipias como su medida de reinserción laboral, y con paso firme se metió en el baño con el limpio afán de ducharse y matar dos pájaros de un tiro: recibir la inspiración divina en forma de serendipia , (ya que es sabido que el agua favorece las facultades del pensamiento), y de paso recordarle a su cuerpo los favores del jabón, pues ya hacía tiempo de su última incursión en la bañera.
Con dedicación alemana, frotó todas sus zonas corporales con la esponja, esperando que su mente despertase a la vez que su piel, y su cabeza se iluminase con algo genial, eléctrico, luminoso y potente que dejase a todo el mundo boquiabierto, sorprendido, extrañado, abrumado.
Pero su cabeza no se espabilaba y su piel se arrugaba con el tiempo como testigo impasible y divertido de la confusión vital que experimentaba un hombre cualquiera de Ciudad Real con el DNI terminado en número impar y la piel visiblemente arrugada por el peso de sus sueños.
Ramón Martínez Ocaña se encontró decepcionado al mirar a su reloj de baño de
reojo y descubrir que ya habían transcurrido treinta minutos desde el
inicio de su sesión de limpieza espiritual sin habérsele ocurrido nada
potable en su pozo cerebral de sabiduría. Alzó su pie izquierdo para
escapar de aquella bañera cruel con la pésima suerte de resbalarse y
romperse el fémur estrepitosamente con un sonido seco y bello que
representaba el final de algo y el principio de algo.
Después de
varios penosos y tensos días en el hospital soportando operaciones y visitas
familiares le ofrecieron una guitarra y él la agarró con ganas, como si
fuese un jamón ibérico. Sus dedos se deslizaron por las cuerdas y su voz
se desgarró para cantar una de las mejores versiones de Yesterday que se recuerden en la tercera planta de cuidados
intensivos del hospital público anteriormente conocido como Duques de
Palma y ahora en espera de ser rebautizado.
Saquen sus propias conclusiones, hábiles roedores de historias.
Luc Dupont.
Saquen sus propias conclusiones, hábiles roedores de historias.
Luc Dupont.
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