Cuando todo se terminó para Xoel, solamente le quedó la playa. Su playa. Una de esas playas gallegas, rubias por su arena y su luz, suave pero salvaje cuando se tercia. No hay nada mejor que el atardecer gallego para acompañar un ocaso personal. Ese sol que brilla con fuerza hasta las diez de la noche en las Rías Baixas es el mejor cómplice de los corazones quebrados y las manifestaciones esporádicas de soledad buscada.
Cuando el amor de ella se acabó, se aferró al bolígrafo como los ahogados se agarran a cualquier trozo de madera vieja. Escribir, escribir, escribir lo que sea para trazar cualquier atisbo de luminosidad que consiga que la oscuridad se contagie de alma. Dicen que los poetas y cantantes precisan de dolor para afinar sus talentos, y que la voz quebrada y la pluma herida consiguen transmitir sentimientos a la misma velocidad que las hemorragias brotan sangre sin cesar. Curiosos los caminos de la inspiración. Imposible hacerle el amor a un bolígrafo.
Xoel se sabía ya pertenecedor a otra época personal; y ya que todo lo conocido parecía empecinado en esfumarse, sabía que debía buscar como fuese brotes verdes de alguna nueva promesa, encontrarse a gusto de nuevo en alguna letra de canción que no se revolcase en el pasado. Cubriría sus ojos con la protección de unos cristales Ray Ban antideslizantes de sentimientos y se disfrazaría de cualquier elemento animal para pasar el verano sin pena ni gloria. Salir a respirar en Septiembre es el objetivo, volver a gastarse sus pequeñas ganancias en copas y convertirse en una especie de Rómulo extemporáneo amamantado por lobas curvilíneas.
Desenvainando su libreta del desgastado bolsillo de su americana, comenzó a trazar el nuevo camino y los nuevos planes con esmero y ambición. Fue poco a poco vomitando sus entrañas en forma de versos anárquicos pero digestivos y consiguió llenar de reproche y pasado todos los renglones respetando el margen. En cada línea las palabras se querían matar y las frases se rebelaban contra su autor, escupiéndole en la cara. Después de soltar lastre cerró aquel maldito cuaderno y lo tiró al mar para que las olas lo llevasen lejos.
Para cerrar el telón Xoel sabe que hay que vestirse bien, beber hasta matarse y a poder ser, ponerse un sombrero ambicioso que favorezca relativamente la imagen física sin perjudicar en ningún momento la visión del individuo.
Luc Dupont.