Volver a dibujar letras por la
peligrosa línea del margen violentamente horizontal de mis libretas
de espiral es hacerle el amor al viento. O simplemente escribir y
rectificar. Tachar todas las mariconadas que puedo imaginar, todas
las veces que pincho en hueso y la flor de papel no desprende el olor
que debería, ese aroma poético con el que soñamos todos los
ganadores con disfraz de perdedor y zapatillas de caminantes
perezosos.
A mis musas literarias les pido luz,
dejarme seguir chupándoos el alma para copiaros hasta los puntos
suspensivos. Quién fuera la obra de cualquiera, quién fuera una
canción de Sabina sin ser él ni soportar sus boludeces, quién
metiera los goles de Messi sin tener su cara de autismo vital , quién
pudiera ser yo sin mi estupidez. Ordeñemos a las vacas del arte y
echemos a correr antes de que la leche se convierta en queso Gruyer y
nos perdamos en los agujeros negros de la desidia láctea.
Cuando el gallo llega con el kikiriki
de la mañana, nos despertamos los perros de la noche y nos
convertimos en gatos caseros tan domesticados que cuando nos echan a
la calle nos engaña cualquiera y nos la cuelan por todos lados,
nuestra picardía la ahogamos en Telecinco. Nos queda ser entusiastas
al menos, aunque seamos vinos espumosos y decepcionemos profundamente
a pesar de las burbujas. Quedan poco vinos hechos con amor y tiempo,
y quizás tampoco los queremos. Como dice Joaquín, estamos locos
por naufragar y salimos a bailar al ritmo de la lluvia sobre las
capotas el rocanrol de los idiotas.
Yo sólo quiero quererte y elegir cada
día una nueva razón para morir contigo cada noche. Quiero echarte
de menos en mi buscada soledad, recorrer tus puertos mentalmente y
soltar las amarras de mi barco buscando vientos favorables, hinchar
mis velas con el sol y recogerlas en las terribles tormentas
tropicales para acercarme a tí silenciosamente y robarte un beso.
Quiero hacer trampas incluso si no hace
falta para darle más gracia al disparate del amor.
Luc Dupont.