jueves, 18 de noviembre de 2010

OCASO por Piero Galasso

Una tarde noche del año 1936 paseando por la Gran vía del brazo de tu madre, entonces pizpireta joven dama, vi algo que me ha marcado para toda la vida y que no me entra en la cabeza como pude haber sido el único en verlo. Nadie de entre mi círculo de amistades, conocidos y desconocidos dirigió sus esferas de verdad hacia aquel fascinante destello. Serían las seis y media o siete de la tarde, lo recuerdo porque aquella joven Remedios remataba la faena a esa hora en el taller de costureras de la Vía. Nos dirigíamos a cruzar la vía de ferrocarril que separaba a Neptuno de Apollo . Entonces aquella horrenda cicatriz curvada nos privaba de luz, felicidad y sosiego a los que admiramos al primero. Tu madre comentaba cualquier cosa sobre trazos, cortes y confección cuando mi retina capturó un momento que me hizo ser quien soy. No tuvo una duración mayor de tres o cuatro segundos pero me aportó una sensación totalmente desconocida y excitante. Tú , Lorena y Saúl venís de ese fogonazo de atención que me espabiló y me hizo colocar todos mis activos vitales en frente de mi nariz y darles a cada uno la mejor salida posible. Como dije, nadie se percató de dicha divinidad en forma de luz. Fue como si todas mis dudas quedasen respuestas por un haz de luz. Incomprensible pero es lo que me ocurrió. No me ha ido mal. En cierto modo, cuando recapitulo acerca de mis éxitos y conquistas, me invaden pensamientos que me califican de oportunista. No está mal que eso suceda porque nadie nunca se ha metido conmigo, ni me ha entorpecido mi camino,ni nada. Y todo viene de aquel foco irreal. Como te habrás imaginado, transcurrido un tiempo de aquella noche milagrosa, regrese al mismo punto y a la exacta misma hora, engañando a tu madre para que cerrara el taller, que ya regentaba, a la misma hora que el día primigenio. Allí seguía aquel haz estático, dándome virtudes y eliminando toda maldad o defecto. Allí continuaba bajo su manto de invisibilidad sólo abierto para mis ojo. Aquel día no pudo ser. Al recibir nuevas, digamos, pautas , que no son pautas, dejémoslo en veredas, me mantuvo ocupado hasta la semana pasada que volví de nuevo. Estuve ocupado en mis negocios, en que no os descarriaseis y en tu madre, en hacerla sentir la mujer más especial a cada segundo que respira. Por pura casualidad, crucé esa calle de nuevo en el coche de empresa, en ese mismo instante. Y decidí acercarme por primera vez en mi vida a la fuente de mi felicidad. Por supuesto, el paso de los años hizo mella en los alrededores de la luz pero la dichosa luz allí seguía , eso sí, sin la fuerza de antaño, apuntándome. Pregunté. Silencio. Me encogí de hombros y me dirigí al coche y de repente,tras un pequeño estruendo, apareció la oscuridad. Extrañado, volví mis pasos y encontré una diminuta criatura que blandía un espejo de dospordos centímetros. Balbuceaba algo y acerqué mis oídos a su nimia boca a la cual hubo acercado un minimegáfono y dijo:

Es hora de que nos vayamos Juan. Lo hemos hecho bien salvando las distancias y nadie se ha enterado pero si algún día ocurriese...

Se esfumó entre mis dedos que ya sólo conservaban el mini-megáfono. Aturdido, he vuelto a mi estudio, cogí pluma y papel y te he escrito esta carta hijo mío, pidiendo tu perdón. No sufras por este pobre viejo que hoy se ha visto en la tesitura de comprobar que ha sido un mero instrumento movido por un marionetista de 7 centímetros de alto. Sabía que algo ocurrió aquella tarde-noche pero siempre lo tuve por arrojo personal al fin y al cabo. No podía estar más equivocado.


Piero Galasso

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