Mateo observa una motocicleta ,que está siendo puesta a prueba, con extrema atención. Está ojiplático delante de la rueda trasera, la cual ejerce una fascinación semejante a las imágenes animadas que sólo logra encontrar en la única ventana con fondo que su papá colocó en la casa. La rueda en cuestión sigue infatigable en su viaje a ninguna parte y el niño necesita sentir con sus yemas el alucinante material que, prisionero, reside bajo la goma negra del neumático. Estando a escasos centímetros de la verdad deseada, misteriosamente decide cambiar de apéndice y elige el pie que ,en su mollera, se antoja de mayor resistencia. Una vez que su duda queda resuelta, llora extrañado por un dolor que no parecía ir adjunto al maravilloso efecto visual que lo mantuvo prendado por varios minutos.
Esquivando la soporífera obligación descriptiva del terror paterno ante la hiriente contemplación de un hijo al borde de la mutilación, Mateo es un niño que cuenta los días por colores. Se considera a sí mismo un entusiasta que impregna las horas y segundos de colores vivos y furibundos. Todo a su alrededor le atrae poderosamente la atención y confiere a su rostro una expresión de incredulidad y asombro muy dulce y, también, tonta. Esto es así debido a que cuando uno es sorprendido abre la boca y la bienquerida idiotez va implícita en ese gesto. Hay seres que incluso redundan con inquina malsana. Al primero de ustedes que me reconozca que no abre la boca ante una buena o mala nueva o acontecimiento sorpresivo, le transmitiré, a través de su buena voluntad, mis condolencias a su caja torácica por la triste pérdida.
La tía Lourdes , con su papo de sapo y su cara de pan, se jacta y regodea con las curiosas preguntas del niño. ¡ Hay que ver qué cosas tiene este chico!, dice mientras sigue con su plática deslavazada regada con anís. Mateo pregunta si no es canibalismo que los indígenas de Papúa se coman a los monos pelirrojos y si es verdad que los que inventaron las palabras eran unos señores que utilizaban gomas de borrar de hierro o piedra. Secretamente, el niño se dice que la tía no debe de ser muy lista dado que siempre enseña los dientes y nunca responde, igualito que los monos pelirrojos. La única pregunta que sí se contesta el muchacho es que para lo único que sirve la luna es para esconder personas y demostrar lo egoísta que es siendo la única e indiscutible protagonista de la noche.
Piero Galasso
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