La potencia de las palabras convierte al escribiente en muñeco de vudú de su propia imaginación, que dulcifica el papel de marionetista de manera centelleante hasta que, súbitamente, desaparece sin huellas ni sellos en el pasaporte. Afortunadamente, de los viajes del alma no se conocen registros ni aduanas.
Desde los 5 o 6 años Egipto y su mundo antiguo ejerce una fascinación sublime sobre mi hambriento intelecto y, especialmente, la figura de los escribas y su posición humilde en una disparatada sociedad con dioses de carne y hueso.
Ahora, como escriba unidireccional y para mi regocijo particular, me contento con llevar las cuentas de mis conquistas y derrotas sin más papiro que mancillar que este homérico y estelar tamiz que es la vida, el cual atravesaré cuando sea demasiado delgado como para seguir bailando cada nota musical de las historias de mi imaginario.
Piero Galasso
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