Completamente aturdid; balanceado de un tiempo anterior a otro posterior, mareado por el olor a miedo que rodea mi mente; no sé que soñar, no sé por quien esperar. Mis manos están limpias porque hace tiempo que no construyen castillos aéreos; se me ha asentado la presunción de que todo debe ser real y auténtico, que se pueda tocar y besar, que no se te escape como una hoja burlona llevada por el tiempo.
Y, querámoslo o no, aunque llore, aunque me encuentre ocasionalmente en el rincón más oscuro del cuadrilátero, sangrando por la oreja y con los sentimientos paralizados por la tensión, por la ausencia de esperanzas fuertes y geométricas...en fin, a pesar de todo el abatimiento posible de un momento escogido a traición, de una foto revelada sin compasión, yo tengo la piel dura, tengo un corazon bastante coloreado por imágenes repartidas entre mi imaginación y mi nostalgia que me guían hacia un norte poco transitado. La parte racional de mi intermitente cerebro me aconseja con metáforas de un camino aún por recorrer. Mi paciencia se debate entre el paraíso soñado o rebozarse entre el barro más sucio para sentirme humano. Mi lengua tartamudea cada vez que el silencio me permite reaccionar con un pensamiento medianamente inteligente. Mis dedos se deslizan entre letras que son mis compañeras, me sorprenden con la ineptitud de mis versos, la fragilidad de mi discurso; sólo pequeños destellos de pasión, pequeños pedazos del mapa que debo seguir. Y no aparece el ideal perfecto que me embauque para embarcarme hacia esa locura tan premonitoria. El sol me despierta con pereza, mis cortinas no se atreven a dejarse sobornar por la luz vitaminica, demasiadas vidas gastadas en la falsa comodidad de la luna. Y mis pies todavía responden y esperan, aguardan por la señal de aviso para ponerse en un movimiento circular e interminable. ¿Con qué mentira podre arroparme en este insomnio? Maldita religión, mándame un enviado celestial que alumbre el pasillo estrecho del drama artístico en el que me quiero perder. El talento se pudre con esta desidia, con valentía y perseverancia llego a tu boca. Me muerdo las alas, todavía no es el momento.
Pero yo sigo anhelando alcanzarte, pequeña estrella de cartón. Alma nocturna, voy a caminar bajo tu luz cósmica hasta volverme ciego y loco. Demencia urbana, razones en dosis cotidianas; a veces se me asoma la locura por la esquina y la dejo pasar, entre usted en mi habitación y sáqueme volando por la ventana. Quizás la perdida del escaso autocontrol sea el remedio a mi catarro estelar.
Estornudo, me limpio los mocos y me mareo. Señorita universal, no me llame a estas horas que no tengo voz, no llevo puesta la máscara de normalidad, mi lengua no se ha despertado para lamerle los oídos con temas triviales. Si pudiese cogerte, tocarte, abrazarte cuando me apetezca, cantarte un poco y beberte. Pero estás quieta, fría, ausente, imprenetable, adictiva. Tu perfección me hace resbalar más y caer de nuevo, embadurnarme de tierra y llenarme de vulgaridad; por mucho que ensaye ante el espejo. Mis nervios explotan y me sale el gusano que me está comiendo.
Bailarás con este payaso triste y divertido hasta que te den ganas de vomitar. No fui yo, fue nuestro matrimonio.
Y esta estrella se llama ilusión.
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