Luna cambia de sonrisa, Se marcha dejándolo todo atrás con el egoísta tacto del que no siente consideración hacia las amistades que se aferran a encuentros casuales con esperanza de no volverse locos en la contienda del día a día. Estas personas guardan la misantropía que de lunes a viernes deslumbra en el cajón de las llamadas por hacer ,de los deberes por terminar, cuando disfrutan infelices de la compañía de otros individuos más o menos cercanos. Luna suele levantar la mirada y escruta la del interlocutor, como hacen las personas seguras de sí mismas y las que no se aburren de lo que el otro les está diciendo. No siente el menor deseo de permanecer en el pasado, de retozar con elementos característicos cada vez más de una persona que ya no reconoce.
Tambaleándose por el borde del malecón, Luna y Jesús se despiden en la noche de los estertores del alma. De niños, siempre terminaban sus chiquilladas agazapados tras el malecón que ahora inundan de risas y borrosos andares. Es la noche del adios. Luna emprende un viaje a ninguna parte con parada en Viena siguiendo a su marido Germán, el analista de mercados. Jesús se pregunta si ella acierta o no siguiendo al petulante idiota que la ha conquistado con su verbo de seda y sus ademanes de gentilhombre, que por reales no dejan de ser propios de un lacayo.
A medio camino entre muchacho y hombre, Jesús todavía vacila a la hora de proclamar cuestiones de alto voltaje sentimental. Siente la timidez propia del niño de ojos grandes y mente preclara que todavía es. Su indecisión viene de la duda de no entender, de ver que algo ocurre delante suya y no comprender. Ya no dispone de un tutor a su lado para explicárselo amablemente. Ella se va. tú te quedas. Que diría, de haberlo tenido, un tutor aborregado y cabrón. Aún con la duda en las uñas cuando ella sugiere despedirse de una vez, al niño-muchacho-hombre no se le ocurre otra cosa ,que le torturará los años venideros, y le desea buena suerte mientras se funden en un abrazo. Abrazo para ella sin más connotaciones que desprenderse de una carga sentimental y para él, una losa inmensa conferida por la ignorancia y su pequeño ego se desprende de su cuerpo martirizándolo con mil porqués, convirtiendo a su atrevimiento en ninot de por vida.
Piero Galasso
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