Una
inmundicia de personas estaba pasando sin pena ni gloria en el soleado Rio de
Janeiro, con no más de dos prendas en su haber, debido a las altas temperaturas
que todo el hemisferio sur sufría por culpa de los gases contaminantes, los
cuales en el planeta habían destruido la capa de ozono, se hallaba aquella
garota morena esculpiendo su moreno a base de rayos uva.
Pero la
belleza la guardaba en sus ojos, aquellos demostraban al cien por cien que la
infancia en las favelas no siempre se semeja a la cotidianidad de los
occidentales, en el más estricto sentido de la palabra la pobreza siempre puede
tomar anhelo en sus semejantes. Y la riqueza sola consigue mitigar un poco el
dolor.
Tal vez
ya fueron descritos en otra ocasión los hechos que habían sucedido en la selva,
pero solamente ella fue capaz de ver a través de su dilatada pupila negra todo
lo que pasaba, aunque la intensa lluvia mojaba cada parte de su cuerpo, y su
padre le tapaba la boca mientras ambos se escondían entre la vegetación
amazónica. Lo pudo ver.No lo dejo sentir.Lo olvidó. Los narcos desvalijaban cada una de las partes de la
estructura de madera, rompiendo con los martillos los huecos existentes, no
quedaría nada levantado hasta que hallasen el dinero de la merca.
Menos
mal que esos ojos habían crecido, y que solo el recuerdo les pudo salvar de
caer muertos en aquella noche tormentosa, si bien necesitaba acordarse todos
los días de esos instantes, no tenía más necesidad de verse en otra perspectiva
similar, el mundo había cambiado, y ella había mudado su piel. Copacabana
también era diferente, ahora era capaz disfrutar del sol y la playa rodeada de
la mejor compañía, conociéndose un poco más a si misma y viendo que la
fuerza interior que poseía superaba con
creces a todo el miedo que en el pasado había podido sentir.
Solrac Siol
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