No hay soledad más feliz que la del que otorga su propio significado a las palabras por otros creadas.
Y sin embargo, la dulzura de los versos por venir, arrebata su encanto al presente y lo convierte en elemento vacío ante el futuro halagador. Porque no puedo decir que estoy vivo si no insuflo optimismo a mis palabras, si no desplazo en el tiempo mi ponzoñosa manía de querer controlar las manecillas del reloj a través de las manos de un relojero falto de personalidad. Ya está bien de intentar ser el humano apátrida que intenta manipular el buen hacer de un titán como Crono.
Desafortunadamente, cuando uno ya ha cruzado el arco de la senectud, con paso firme apoyado en alguna que otra sonrisa cerámica, se puede permitir la concesión de ser cada día un personaje distinto, bien villano, bien bienhechor. Maldigo a los viejos que se amilanan y claudican ante el sofá y el saque de esquina. A los jóvenes recomiendo que hagan lo que quieran durante su vida pero a aquellos que tengan decidido durar y ser ancianos, el cual es el reto más apasionante propiciado por la ciencia, les diré que ahorren varios miles de euros y que ,a partir de los 70, sean libres de toda carga filial o marital y se lancen a vivir su último blues bien potente y furioso alrededor del mundo. No, mejor incluso, que elijan vivir como aire de trompetista de bebop, dejándose expulsar rabioso por la boca de un Dizzy Gillespie, juguetón rebelde con las normas sacras de la música Jazz, hacia la estratosfera.
Piero Galasso
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