Palermo es la ciudad de los perros.Los canes la gobiernan a su voluntad sin màs impuesto que el de recibir carantonhas y algùn grito de un turista mal avenido. Los cuadrùpedos la disfrutan con desidia , del mismo modo que los parisinos desnudan Paris con artimanhas propias de una novela de Dostoevsky. Sus dominios sobre la ciudad estàn delimitados desde la Stazione di Palermo Centrale hasta el Teatro Politemia y desde el Duomo hasta el puerto. En cualquiera de las callejuelas o grandes avenidas de este contorno uno puede toparse con un alfèrez, principe o pàrroco dependiendo del rango social del animal.
La realeza se aposta en frente del Teatro Massimo divirtièndose con el trajin de los seres humanos tornados en bufones para regocijo de las altas estirpes desprovistas de paràsitos cutàneos.
Las diversas plazas que se encuentran cercanas a la Via Roma y el corso Vittorio Emanuele, Piazza Caracciolo y Piazza Garraffello, corresponden a los miembros del ejèrcito canino que, tras librar feroces batallas en la unificaciòn de Italia a las òrdenes del can de Garibaldi, comenzaron a vagar entre las mesas de los comedores de tripa a la espera de un mendrugo de pan olvidado.Los soldados siempre seràn militares y sus descendientes vagan a la espera de nuevas guerras que jamàs llegan dado que desde que los gatos colonizaron el resto de las ciudades italianas , la paz reina en el pais italiano. Cabe resaltar, aquel avance de un grupo de pastores alemanes que intentaron conquistar la Piazza Caracciolo atraidos por el olor a wurstel. Ràpidamente, un regimiento comandado por el teniente Ringo, un mastin de pelaje dorado, mitigò a dentelladas la patètica tentativa germana. I tedeschi puzzano! Ladrò el teniente a su tropa enfervorecida por una victoria directa y sin bajas que lamentar. Las crònicas de la època relatan que la natalidad perruna aumentò en un 79% debido a los festejos y conmemoraciones de tan noble hazanha.
La clase trabajadora se lamenta en las inmediaciones del puerto, donde duermen entre redes de pescadores y un juguetòn tufo de pescado podrido. Como miembros de la clase baja de los chuchos, deben ayudar a los humanos en sus labores para apartar de sus dietas las raspas de pescado y poder deleitarse con algùn trozo de pan revenido. Mientras tanto, la clase religiosa se apiada de ello y reza por èsta ùltima desde la coqueta plaza de la Cattedrale di Palermo, dedicada a la Vergine Maria Santissima Assunta in Cielo. Alli, comen pizza y beben deliciosa agua fresca de la pequenha fuente situada en el centro de la plaza. Los màs conocidos aparecen en las vidrieras de las infinitas Iglesias palermitanas siendo adorados por sus acòlitos. El Obispo Froccio, nombre puesto por un amo simpàtico y cabroncete para regocijo de los cachorros monaguillos, fue noticia de primera pàgina en el diario de mayor tirada “Il Corriere della Corteccia” por unas declaraciones en las que difamaba el olisquear anal entre las clases trabajadora y militar. Quanto sei stronzzo! Pensaban militares y trabajadores porque no se olvidaron de aquel rumor sobre el Obispo, presumiblemente cierto segùn juraban varios testigos, que decia que su santidad gustaba del perfume de la entrepierna de los curas recièn salidos del seminario.
El ùnico propòsito que unifica el pensamento de los canciudadanos de esa magnifica ciudad es aquel de dar a su territorio la forma de la cabeza de un Corso Italiano, raza a la cual pertenecia el perro de Garibaldi. Su razonamiento parte de la premisa de que si Catania tiene la forma de la testa de un elefante y hace eones que por alli no aparece uno en òptimas condiciones de salud, no parece tan descabellado que ellos quieran honrar a su villa con tan noble contorno. Làstima que los humanos sòlo escuchan lo que quieren escuchar y observan lo que quieren observar.
Piero Galasso
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