Yo sólo quería acostarme con ella y tratarla como a una puta, que me comiese la polla mientras le tiraba del pelo con fuerza y agarraba una teta preciosa con la otra mano. El tiempo se agotaba y no merecía la pena aparentar ser un caballero y de todas formas ella tampoco era una señorita.
Al día siguiente se fue, y yo me fui en la misma dirección pero en sentido opuesto. Sabía que no nos volveríamos a ver en algún tiempo y que tendría que seguir sin ella, y en lo único que podía pensar antes de desaparecer era que muchos más harían con ella lo que había hecho yo hacía unas horas, y ese pensamiento sigue en mí molestándome de vez en cuando como cuchillos en mi mente.
Carlos Terceramano
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