Le plus clair de mon temps, je le passe à l'obscurcir, parce que la lumière me gêne. Elle me gêne car tu n'es pas la, mon coeur s'épuise de ne pas te voir et mon corps demande ton contact.
J'aimerai tant pouvoir changer les choses et te faire venir auprès de moi.
Malheureusement,ce qui m'intéresse, ce n'est pas le bonheur de tous les hommes, c'est celui de chacun. Et le tien se nourri d'aventure et de découverte, c'est pour cela qu'il te faut partir et alimenter ton histoire d'expérience solitaire, toi contre le reste pour mieux les comprendre.
Et il te faudra du temps avant de pouvoir te dire ce que tu rêves de réellement penser un jour : "Je ne veux pas gagner ma vie, je l’ai"
Marcel Bresteau
jueves, 25 de agosto de 2011
domingo, 21 de agosto de 2011
CUCHILLO por Luc Dupont
-Disculpe que le moleste, pero es que me sorprende tanto ver su cara. Leí su primera novela, siempre me acuerdo de ella muchísimo. Y no había vuelto a ver su cara en ningún sitio, ni pude volver a leerle. ¿Volvió a publicar algo? Siempre he intentado buscar algo nuevo de usted.
Le respondo amablemente con que aprecio su interés, y le miento diciendo que he estado viviendo fuera de España colaborando con asociaciones literarias sin ánimo de lucro. ¿Existirá algo así? Y, obligándolo a cerrar la boca, le explico que me encuentro indispuesto y me hundo en mis auriculares musicales.
Necesito beber algo, cualquier cosa que me ayude a amortiguar la ansiedad que va creciendo en mi estómago. Me comienza a temblar el pulso y noto el sudor frío deslizándose por mi frente. Un vino, por favor.
La azafata me sirve una copa de vino tinto y yo la deseo, consigo devolverle una media sonrisa pero mi mente bulle imaginándome como sería escaparme con ella a cualquier isla fantástica y fantasiosa, alguna república independiente donde se acepten a melancólicos empedernidos y donde no falten uvas y gente que se dedique a producir un vinazo estupendo que cumpla su función de apagar las voces fantasmagóricas que retumban en mi cabeza; y que me haga olvidar mi fracaso personal ante las letras, mi incapacidad de producir algo decente con mis dedos; se me esfumó la imaginación, el bloqueo literario es evidente; me sonroja mi extrema ineptitud para escribir nada coherente, todo es miedo ante el papel en blanco, una espera interminable por la inspiración. Desesperación. He pasado los últimos meses, o ya no distingo si son años, soñando sin soñar, embobado con la nada, convertido en un bobo sin ideas, con basura en la cabeza. Y el diagnóstico del médico. Las palabras ````estrés por el trabajo, depresión´´, mejor que no las hubiera pronunciado, sólo alimentan mi apatía, mi inercia; soy incapaz de salir de un circulo porque el redondel es ilusorio, no existe, es una trampa mortal en mi mente.
Cárcel aburrida e innecesaria, opresora, dictatorial, no hay ventanas, no hay rincones luminosos en los que pueda respirar, todo está oscuro y lleno de niebla. Maldito tren que me atrapa, maldita rutina vacía.
Mis dedos están bañados por el rojo del vino y de mi sangre, he roto la copa y los ojos de mi acompañante se clavan en mí como los trozos de cristal.
Luc Dupont
Le respondo amablemente con que aprecio su interés, y le miento diciendo que he estado viviendo fuera de España colaborando con asociaciones literarias sin ánimo de lucro. ¿Existirá algo así? Y, obligándolo a cerrar la boca, le explico que me encuentro indispuesto y me hundo en mis auriculares musicales.
Necesito beber algo, cualquier cosa que me ayude a amortiguar la ansiedad que va creciendo en mi estómago. Me comienza a temblar el pulso y noto el sudor frío deslizándose por mi frente. Un vino, por favor.
La azafata me sirve una copa de vino tinto y yo la deseo, consigo devolverle una media sonrisa pero mi mente bulle imaginándome como sería escaparme con ella a cualquier isla fantástica y fantasiosa, alguna república independiente donde se acepten a melancólicos empedernidos y donde no falten uvas y gente que se dedique a producir un vinazo estupendo que cumpla su función de apagar las voces fantasmagóricas que retumban en mi cabeza; y que me haga olvidar mi fracaso personal ante las letras, mi incapacidad de producir algo decente con mis dedos; se me esfumó la imaginación, el bloqueo literario es evidente; me sonroja mi extrema ineptitud para escribir nada coherente, todo es miedo ante el papel en blanco, una espera interminable por la inspiración. Desesperación. He pasado los últimos meses, o ya no distingo si son años, soñando sin soñar, embobado con la nada, convertido en un bobo sin ideas, con basura en la cabeza. Y el diagnóstico del médico. Las palabras ````estrés por el trabajo, depresión´´, mejor que no las hubiera pronunciado, sólo alimentan mi apatía, mi inercia; soy incapaz de salir de un circulo porque el redondel es ilusorio, no existe, es una trampa mortal en mi mente.
Cárcel aburrida e innecesaria, opresora, dictatorial, no hay ventanas, no hay rincones luminosos en los que pueda respirar, todo está oscuro y lleno de niebla. Maldito tren que me atrapa, maldita rutina vacía.
Mis dedos están bañados por el rojo del vino y de mi sangre, he roto la copa y los ojos de mi acompañante se clavan en mí como los trozos de cristal.
Luc Dupont
jueves, 4 de agosto de 2011
DECISIÓN por Luc Dupont
Él no debería haber estado allí. Se suponía que había un futuro para él; al niño iluminado le esperaba un pasillo directo al sueño americano. Hijo de una familia media, él destacó desde el principio. A los diez años aprendió a tocar ``Superstition´´ del señor Stevie Wonder en un teclado maltrecho que se pudría en su casa. La expresión de su abuela al escuchar aquella melodía saliendo del artefacto inservible fue para recordar. Lástima no haber tenido una Polaroid en aquel preciso instante.
No le debería haber tocado a él. Las chicas se peleaban por bailar con él en aquellas fiestas del colegio. Fue el primero en conseguir los besos de María, el pequeño diablo que se sentaba en la última fila y asustaba por el fuego de sus ojos, su pelo dorado. Él fue el único con el valor suficiente para atreverse a acercarse a ella y comprobar que detrás de aquel torbellino se encontraba una dulzura extrema.
En la universidad montó un grupo de música. Tenía una chica preciosa. Se divertía; y se sacaba las asignaturas con inusitada facilidad. La vida te sonríe, chaval. Y él sabía que cuando la vida sonríe hay que devolverle la sonrisa y bailar con ella, llorar de alegría, porque no sabes cuándo se va a terminar esa nube caramelizada. Y es que era humilde también el chico. Debemos reconocer que a veces nos daba asco de lo perfecto que era, ¿para qué negarlo?
Pero el chico perfecto en camino de hombre entró con un amigo en un bar un jueves por la noche. Un tugurio del Raval cuyo nombre es preferible olvidar. Su música sí era inolvidable ya que era una especie de Soul Kitchen en la que no cesaban de cocinar platos negros cubiertos de electricidad.
Y entre la niebla artística y opiácea de la noche, una cerveza derramada. Una voz diciendo perdón. Un tipo cachas rencoroso. Un puñetazo al aire mal tirado. Y una navaja albaceteña, que en vez de tener un lomo plateado como las del señor Lorca, lucía un azul muy elegante.
Luc Dupont.
No le debería haber tocado a él. Las chicas se peleaban por bailar con él en aquellas fiestas del colegio. Fue el primero en conseguir los besos de María, el pequeño diablo que se sentaba en la última fila y asustaba por el fuego de sus ojos, su pelo dorado. Él fue el único con el valor suficiente para atreverse a acercarse a ella y comprobar que detrás de aquel torbellino se encontraba una dulzura extrema.
En la universidad montó un grupo de música. Tenía una chica preciosa. Se divertía; y se sacaba las asignaturas con inusitada facilidad. La vida te sonríe, chaval. Y él sabía que cuando la vida sonríe hay que devolverle la sonrisa y bailar con ella, llorar de alegría, porque no sabes cuándo se va a terminar esa nube caramelizada. Y es que era humilde también el chico. Debemos reconocer que a veces nos daba asco de lo perfecto que era, ¿para qué negarlo?
Pero el chico perfecto en camino de hombre entró con un amigo en un bar un jueves por la noche. Un tugurio del Raval cuyo nombre es preferible olvidar. Su música sí era inolvidable ya que era una especie de Soul Kitchen en la que no cesaban de cocinar platos negros cubiertos de electricidad.
Y entre la niebla artística y opiácea de la noche, una cerveza derramada. Una voz diciendo perdón. Un tipo cachas rencoroso. Un puñetazo al aire mal tirado. Y una navaja albaceteña, que en vez de tener un lomo plateado como las del señor Lorca, lucía un azul muy elegante.
Luc Dupont.
lunes, 1 de agosto de 2011
DECISIÓN por Piero Galasso
Luna cambia de sonrisa, Se marcha dejándolo todo atrás con el egoísta tacto del que no siente consideración hacia las amistades que se aferran a encuentros casuales con esperanza de no volverse locos en la contienda del día a día. Estas personas guardan la misantropía que de lunes a viernes deslumbra en el cajón de las llamadas por hacer ,de los deberes por terminar, cuando disfrutan infelices de la compañía de otros individuos más o menos cercanos. Luna suele levantar la mirada y escruta la del interlocutor, como hacen las personas seguras de sí mismas y las que no se aburren de lo que el otro les está diciendo. No siente el menor deseo de permanecer en el pasado, de retozar con elementos característicos cada vez más de una persona que ya no reconoce.
Tambaleándose por el borde del malecón, Luna y Jesús se despiden en la noche de los estertores del alma. De niños, siempre terminaban sus chiquilladas agazapados tras el malecón que ahora inundan de risas y borrosos andares. Es la noche del adios. Luna emprende un viaje a ninguna parte con parada en Viena siguiendo a su marido Germán, el analista de mercados. Jesús se pregunta si ella acierta o no siguiendo al petulante idiota que la ha conquistado con su verbo de seda y sus ademanes de gentilhombre, que por reales no dejan de ser propios de un lacayo.
A medio camino entre muchacho y hombre, Jesús todavía vacila a la hora de proclamar cuestiones de alto voltaje sentimental. Siente la timidez propia del niño de ojos grandes y mente preclara que todavía es. Su indecisión viene de la duda de no entender, de ver que algo ocurre delante suya y no comprender. Ya no dispone de un tutor a su lado para explicárselo amablemente. Ella se va. tú te quedas. Que diría, de haberlo tenido, un tutor aborregado y cabrón. Aún con la duda en las uñas cuando ella sugiere despedirse de una vez, al niño-muchacho-hombre no se le ocurre otra cosa ,que le torturará los años venideros, y le desea buena suerte mientras se funden en un abrazo. Abrazo para ella sin más connotaciones que desprenderse de una carga sentimental y para él, una losa inmensa conferida por la ignorancia y su pequeño ego se desprende de su cuerpo martirizándolo con mil porqués, convirtiendo a su atrevimiento en ninot de por vida.
Piero Galasso
Tambaleándose por el borde del malecón, Luna y Jesús se despiden en la noche de los estertores del alma. De niños, siempre terminaban sus chiquilladas agazapados tras el malecón que ahora inundan de risas y borrosos andares. Es la noche del adios. Luna emprende un viaje a ninguna parte con parada en Viena siguiendo a su marido Germán, el analista de mercados. Jesús se pregunta si ella acierta o no siguiendo al petulante idiota que la ha conquistado con su verbo de seda y sus ademanes de gentilhombre, que por reales no dejan de ser propios de un lacayo.
A medio camino entre muchacho y hombre, Jesús todavía vacila a la hora de proclamar cuestiones de alto voltaje sentimental. Siente la timidez propia del niño de ojos grandes y mente preclara que todavía es. Su indecisión viene de la duda de no entender, de ver que algo ocurre delante suya y no comprender. Ya no dispone de un tutor a su lado para explicárselo amablemente. Ella se va. tú te quedas. Que diría, de haberlo tenido, un tutor aborregado y cabrón. Aún con la duda en las uñas cuando ella sugiere despedirse de una vez, al niño-muchacho-hombre no se le ocurre otra cosa ,que le torturará los años venideros, y le desea buena suerte mientras se funden en un abrazo. Abrazo para ella sin más connotaciones que desprenderse de una carga sentimental y para él, una losa inmensa conferida por la ignorancia y su pequeño ego se desprende de su cuerpo martirizándolo con mil porqués, convirtiendo a su atrevimiento en ninot de por vida.
Piero Galasso
Suscribirse a:
Entradas (Atom)