domingo, 24 de noviembre de 2013

VOMITAR por Luc Dupont



Dejé el tabaco como se despiden a los buenos amantes, con un beso en los labios y una media vuelta sinlenciosa pero definitiva. Nos vemos, aunque disimulemos en ciertas ocasiones nuestras miradas se cruzan y vemos tendidos en el suelo los cables ya muertos que un día transportaron electricidad entre nosotros y nos dejaron jugar al juego más suicida de la tarde. Dejé el tabaco y me marché con mi café.

Mi café me visita por las mañanas y me recuerda que vivo en su tela de araña de cafeína. Dulce condena para cualquiera. El invierno comienza a golpear con fuerza en las puertas de esta ciudad monstruosa y los granos de café son triturados y molidos sin compasión por unos ciudadanos abrigados ya hasta las cejas de ropas deliciosas pero desnudos de alma, tiritando de corazón.

Cuando hace frío el café se torna violáceo y el líquido milagroso llamado vino corre por mis venas luchando con la moribunda rabia que me impregna al abrir las páginas de cualquier periódico. Las letras de los titulares son tan dañinas para las entrañas que solo se me ocurre ahogarlas y preñarlas de vino para que se pongan a bailar una danza miserable con los recuerdos de una conciencia ya olvidada. Parece que todos somos víctimas de una borrachera no buscada en la que fueron otros los que disfrutaron, bailaron, se follaron a nuestras mujeres y nos vomitaron por encima. Y nosotros ahora somos los barrenderos de un botellón en el que no participamos. Somos la puta del banquero y de cualquier sinvergüenza que nos pague veinte duros por abrirnos de piernas.

La ciudad también se me abre de piernas y yo no me puedo negar a invitaciones fantásticas. Camino lentamente y nosé donde mirar, el suelo está más limpio que el cielo, ya no me compran con vuelos de low cost, necesitamos un viaje galáctico o un buen polvo para sacudirnos la pereza. De momento, por la hora y por el tiempo, me conformo con hacer el amor con un café y jurarle amor eterno.

Luc Dupont.