miércoles, 31 de octubre de 2012

RASTRO por Luc Dupont.

Hay días que mejor olvidar, y hay otros de los que no nos acordamos. Los recuerdos son tan volátiles como el estado de ánimo de un hombre cualquiera. Seleccionamos, diseccionamos los cuerpos inertes de años ya pasados, y en lugar de tirar las pieles inservibles, nos servimos de ellas para disfrazarnos de nuestras sombras en nuestra pequeña morgue del ayer. De ayer nadie se acuerda porque nos lo inventamos, la realidad pasa a ser algo que nunca ha sucedido; nadie ha hecho una canción basada en hechos reales porque las letras que escupe el cantante por la boca son palabras plantadas en la parte creativa del cerebro. 

Nuesta historia pues será la que queramos contar a quién se la queramos contar, susurrándoles al oído quiénes fuimos y cuántas jornadas merecieron la pena. Recitaremos de carrerilla todos los grandes momentos de nuestra existencia como los goles del futbolista retirado y convertido ya en autista insuperable para un mundo carente de porterías. 

En un cajero automático a media noche dos vagabundos se cuentan su vida con una mezcla de paz y de vino. Las leyendas brotan de sus lenguas con la misma velocidad que la mierda se adentra en sus uñas. Uno fue rey de Escocia y el otro no se acuerda. Los dos valen tanto como una piedra y más que un banquero. 

Con el volante en mis manos se me ocurren varios caminos que llevan al lugar donde nos vamos a perder por un tiempo indefinido que oscila entre segundos y años luz. Los primeros pasos de los viajes son tímidos y perezosos pues se adivina la temida vuelta a casa y la anticipación de futuros sentimientos se mezcla con el lento despertar de tus òrganos viajeros. El primer contacto de mis manos con tus orejas hace presagiar un torrente de números pares en sucesión perfecta. Las dudas sobre las ecuaciones se despejan con la primera ojeada al retrovisor, con la primera y definitiva constataciòn de que nuestras pieles se buscan y se encuentran.

Como un felino carente del sentido de la  duda y con el único impulso vital de vivir, nuestras letras devoran espacios. Violentas e inconexas, arrastran recuerdos hacia un dibujo ingenioso o una frase tremenda en un texto pretencioso.

 La felicidad es deslizarse por los días sabiendo que lo que viene viene y todo lo que viene se va. Las olas arrastran todo lo que encuentran a su paso, lamiendo rocas y avanzando sin miedo hacia la desalmada arena.


Luc Dupont.