Tremenda agonía, tremenda tensión. Mi cabeza se convirtió en balón y mis sueños volaron redondos hacia la portería. El fútbol, la más dulce de las mentiras, me permitió aparcarme por un instante.
Como todas las mentiras, pronto se expira, y el Mundial se acaba como se me acaban todas las coartadas y todas las pastillas de mi insuficiente botiquín de supervivencia. Mis ganas se derrumban al oír el zumbido en mi habitación 214 de un hotel de Jerusalén. El zumbido se me mete por los oídos y me recorre el cuerpo como una espiral eléctrica que duele, que me rompe los nervios y el alma. Me tengo que tirar al suelo y esforzarme en cada respiración. Cada partícula de aire que entra en mi cuerpo me duele, todo tiembla y la habitación parece girar y meterme en un huracán sin rumbo. Como mi mundo. Como el mundo.
Hace poco más de una semana, me enroscaba en el sofá del Waldorf Astoria de Jerusalén y Argentina y Alemania peleaban para mí en la pantalla gigante. Era la venda perfecta para mis ojos y mis sentidos. El deseo infinito de Mascherano y la eterna espera para que Messi invente algo inimaginable me acogieron durante dos largas horas. Después, el despertar. Alemania gana el Mundial y yo me voy quedando sin pasatiempos con lo que engañar el tiempo.
Aquí estoy, corresponsal de un periódico que no me gusta en medio de un conflicto del que cada vez quiero saber menos. No sé a qué he venido, no puedo hacer un artículo de opinión ni me puedo permitir un reportaje reflexivo porque me lo van a capar en la redacción. Mi misión es responder a las preguntas desde Madrid con aires de político neutral en un conflicto tan ``complicado´´ que no se puede juzgar, y que ``Israel tiene derecho a defenderse´´. Israel tiene derecho. Israel...
En una playa de Gaza se encuentran a estas horas cuatro almas , un poema no escrito y un gol no marcado . No almas como elemento metafísico, sino como entrañas. Como intestinos, bazos, riñones, dedos de los pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones, errores. Cuatro niños jugaban al fútbol en una playa y al momento siguiente no existían. El ejército israelí decidió decorar el litoral de Gaza con pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones y errores infantiles.
Quizás uno de esos niños de la playa de Gaza estaba a punto de marcar un gol en una portería hecha con dos palos. Quizás iba a tirar un penalti con la zurda, como Messi. Y el portero estaba esperando. Nunca habrá desenlace de ese penalti. Nunca ninguno de ellos escribirá un poema.
Luc Dupont.