Después de un pesado invierno que bien podría haber olvidado, el señor Cualquiera se despertó sobresaltado. Parece mentira, pensó. Por primera vez en su vida se sentía con fuerzas para desayunarse el día; todas las dudas que lo cercenaban se habían esfumado repentinamente. Incluso se sentía fuerte, sus músculos se habían tensado lo suficiente como para prometer una potencia desconocida.
En el trayecto de metro que separaba su hogar del trabajo se descubrió como el único ser viviente capaz de sonreír en esa franja horaria tan moribunda que abarca de las cinco a las siete de la mañana, la hora de los supervivientes. Su felicidad resbalaba como el aceite de oliva sobre el pà amb tomaquet; él brillaba como un cuerpo celeste desconocido en una Barcelona cada vez más europea en el mal y actual sentido de la palabra, es decir, triste, impotente, desesperada y viejuna. Quizás lo del señor Cualquiera era una nueva revisión de la desorientada
rumba catalana.
No sé qué hacer contigo, se dijo el señor Cualquiera. Tan desconcertado se hallaba en su nuevo estado de ánimo que, al escuchar la monótona voz femenina del metro que anuncia las próximas o
properas (si se prefiere la versión catalana) paradas, se percató de que ya estaba en Passeig de Gràcia y su viaje se había terminado. Pero cuando una señora le dio al botón iluminado que abre las puertas del metro, al señor Cualquiera le entraron ganas de hacer locuras y de olvidar su
seny* catalán. Volvió a sumergirse en la línea amarilla en lugar de apearse y entrar en el insulso edificio de oficinas que le aguardaba.
Una infantil sonrisa traviesa le acompañaba en su aventura matutina y él se divertía observando a los demás ciudadanos usuarios del metro.
Ellos no saben que hoy es mi día, brindo por ellos.
Con prisa en los zapatos y esperanza en los ojos se bajó en la Barceloneta y deseó perderse entre los extraños que rodeaban la playa, inmunes a la recién despreocupación adquirida por el dueño de la más genuina de las sonrisas de todo el Mediterráneo.
Cogiendo los zapatos con la mano derecha se adentró en la playa desierta para, con toda la calma del mundo, dibujar el nombre de su amada en la arena con sus pies desnudos.
*
seny catalán: El seny como característica de la sociedad catalana estaba basado en un conjunto de costumbres y valores ancestrales que definían el sentido común en base a una escala de valores y unas normas sociales que imperaban en la Cataluña tradicional.
Luc Dupont.