sábado, 23 de agosto de 2014

CUADRILÁTERO por Piero Galasso

Ensangrentado, cual querubín desnudo protagonista de una fuente de la cual brotaba su propia sangre, el púgil novato Jack Duprier intentaba como podía no perder el conocimiento. Había sido convencido para participar en una pelea benéfica en el gimnasio  Ackendale´s Home de la calle Everfrost y el resultado final no cuadraba con la idea preconcebida que tenía de tal evento. Su oponente sería Giancarlo Tiburte , un puto spaghetti del que se decía que no sabía ni hablar inglés pero tenía un gancho de derechas demoledor. Pero Jack tenía una confianza desorbitada en sus cualidades. En su gimnasio era el número uno y los sparrings comenzaban a escasear porque ya nadie quería recibir aquellos golpes primorosos que salían como rayos de su tronco. Entonces ¿cómo no aceptar pelear gratis a cambio de una porción de las ganancias en las apuestas?. Para cuando la campana sonó, el muchacho conoció de golpe a su majestad la bella mala ostia de la vieja Europa en todo su esplendor. El italiano parecía que llevase una eternidad de esclavo y asesinar a golpes a ese envalentonado chico negro fuese su carta de libertad. Jack Se sintió como cuando Ali dejó hacer a Foreman en el célebre Rope a Dope. Resistía los golpes casi sin defensa  fatigando al esmerado Foreman que creía tener a Clay devastado y ,pobre iluso, nada más alejado de la realidad. El campeón estaba jugando con él. De cuando en vez, se abrazaba al aspirante escupiéndole rabia en las orejas. Soy mejor que tú, le diría con inquina o le llamaría nenaza. Los golpes se sucedían y Ali jugaba a ser el creador de su farsa preferida. Cuando vió al percutor lo suficientemente cansado, abrió la veda y los golpes caníbales se sucedieron como cuando se abre una presa y el agua parece arrasar con todo. La negrura sobrevino al ímpetu de Foreman con la derrota más desvergonzada conocida en el boxeo a ese nivel. Ali ganaba de nuevo, el arrogante hijo de puta se llevaría la gloria de la forma más humillante para el aspirante. El juego tenía un dueño y colocaba el tablero donde y cuando quería. La mayor virtud del Ali joven no era ni su juego de pies, ni el largo de sus brazos o de su pecho sino su inteligencia. Era tan listo que inventó al campeón humilde  y arrogante a la vez.Los oponentes al escuchar sus brabuconadas previas al combate se desplazaban por el ring cegados de ira, bailando las notas que el número uno silbaba. Un genio que no supo parar a tiempo. Pero la historia de este hijo de carnicero y costurera llamado Jack Duprier fue totalmente a la inversa. Tiburte asestaba golpe tras golpe a cada cual más certero y violento y jamás se fatigaba y parecía pintar las cuerdas del cuadrilátero con la tinta roja que emanaba de la cabeza de su contrincante. Y ahí, a escasos segundos de la detonación de su cerebro, Jack se percató de que el talento se mide en distancias largas y no en palabras huecas.


Piero Galasso

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