26/05/1976
El silencio gobernaba su parlamento con regia mano y sutil dolor. Sus cuerdas vocales, temerosas, eran el ataúd de sus emociones.Nadie comprendía aquel perpetuo callar de un hombre al que su genio lo engulló postrándolo enfermo en su lecho de resignación. Las viejas portadas que todavía cuentan su verdad desde las paredes de los locales de Blues de la calle Roadhouse, literalmente, se deshacen en elogios hacia un hombre que inventó un nuevo estilo, una nueva forma de sentir. Robert Johnson, Muddy Waters, Bo Diddley, Chuck Berry, B.B King , Howlin´ Wolf y la innumerable lista de artistas blancos imitadores de éstos, en algún punto de sus dilatadas carreras, reconocieron la importancia de Mumfred Carter en el devenir de su obra musical. Como tantos otros chicos negros hijos del Mississippi su formación musical se completó en un coro Gospel de la mano del Reverendo Jackville, quien se confesaba un enamorado de la actitud y vocación musical del chico. Carter poseía la habilidad de reproducir cualquier sonido mecánico o natural sin más instrumento que su glotis. Los otros chicos se celaban e intentaban competir con el pequeño Mumfred pero la velocidad con la que el chico desarrollaba sus aptitudes con la guitarra eran sobrenaturales. Más adelante, el muchacho era conocido por Hurricane fingers y su impronta se comenzaba a notar entre las huestes de imitadores que tuvo desde muy temprana edad quienes intentaban reproducir su capacidad vocal y sus movimientos con los acordes. Los hombres gritaban durante sus espectáculos demostrando experimentar sensaciones que ningún guitarrista había provocado antes. Las mujeres, por contra, se imaginaban guitarras deseando ser amplificadas a arte a través de las incontenibles manos de fingers. En su época de vino y rosas, Hurricane Fingers era el deseado, aquel a quien tener en cuenta, un ser que iluminaba cualquier estancia sólamente cuando alguien pronunciaba su nombre. Pero el muchacho padecía un grave conflicto interior. Su educación católica chocaba con el libertinaje propio del mundo bohemio. La muerte de su baterista Al Carsson, encontrado sin vida en un retrete público con una jeringuilla clavada en el muslo, supuso el punto de inflexión. Munfred se culpaba de la muerte de aquel chico de 21 años. Se prometió convertirse en un hombre normal, en alguien lejos del centro de atención y lo logró sellando sus labios y cegando sus dedos.
A día de hoy, a sus 76 años , es un hombre que comienza a eliminar lo superfluo para lograr la paz. Es un hombre en el otoño de su vida.
Piero Galasso
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