martes, 9 de septiembre de 2014

CUADRILÁTERO por James Duluth

Caminaba por Roma y se sentía prisionero de la vida de otras personas. Conocía tal cantidad de seres humanos que ya lo único que le llenaba el espíritu era caminar la ciudad por la noche , en soledad. Fumando mil cigarrillos y dejando su particular estela de humo y tos ferina. Roma y sus palacios. Camino. Continua y revoltosa Roma. Cuando la disfrutaba la odiaba pero sabedor de su condición de reo del imperio, se lamentaba y se sentía como Batistuta. Y es que a Batistuta, un tipo nacido en la ciudad de Reconquista, no le gustaba el fútbol. Ese pelotudo era la máxima expresión del oportunismo balompédico dotado de un talento descomunal y resulta que odiaba su profesión. Aquel hombre que gritaba locuras en un recio italiano a la afición de la Lazio tras marcar un gol con la Roma no podía ser un intérprete. Exudaba emoción y rabia cuando el balón bailaba con la red. Y eso no hay actor que consiga fingirlo. Ni Brando del que decían que consiguió demostrar muerte mostrando un rostro impertérrito cuando le dijeron que Sonny había sido acribillado sería capaz de no demostrar pasión delante de la turba tras un lance del juego favorable. Aunque Batistuta jure y perjure que el fútbol le arruinó el cuerpo y casi lo deja cojo y lo detestaba desde chico no pudo haber fingido como puta de burdel de tercera. Al pedo Gabriel, al pedo. 

Y nuestro caminante se sentía a veces como Batistuta pero en muchas otras ocasiones era ese ser humano que amaba a Roma. De ahí esos encuentros silenciosos y nocturnos con la amada, como los adolescentes que se aman prometiéndose futuro con los dedos cruzados en la espalda. Él y la ciudad eran uno en la noche y el hombre no conseguía dormir tras su paseo nocturno porque todas las noches se preguntaba que estaría ocurriendo en la ciudad en ese mismo momento que el se disponía a desaparecer por unas horas. Y Roma parecía burlarse de él con un nuevo e interminable amanecer.

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