Quedarse inmóvil y apoltronado no va con mis nuevas cartas, con el juego que me voy inventando cada madrugada entre mis viejas dudas y mis nuevas debilidades. Mirar hacia atrás no me ayuda a decidirme; esos olores me paralizan. Y es que prometí no volver a aquel lugar donde nos estrellamos el uno contra el otro, cuando todavía íbamos sin frenos y sin miedos, y éramos más valientes que cobardes.
Hoy con el café de mi mañana se me coló tu voz, acompañándome todo el día, inesperado suplemento dominical del engordado diario. Tu dulce rastro llega a mi refugio anti huracanes como tú y yo. No quiero dejarme vencer por la idealización pasada de momentos no tan gigantes quizás como mi memoria quiere hacerme creer.
Pero qué le vamos a hacer, yo sigo siendo piel y tú sigues siendo canción, y aquella dulce locura que creamos me viene a saludar hoy, como un viejo amigo que se pasa con la seguridad de que le vas a recibir con esa difícil mezcla de sorpresa y añoranza.
Repaso tus acordes y tus letras y me suenas bien, me sigue gustando tu melodía.
Me pongo esta chaqueta que te gustaba y rememoro el patrimonio de gestos y palabras único y nuestro que el tiempo no ha conseguido destrozar. No me acuerdo quién era contigo, quién eras tú ni quién soy yo. Ninguno de los dos supo nunca la verdad, y a nadie le interesó. Sólo la luz de tus ojos importaba, todos y cada uno de los beses, tu manera de sonreír.
Con un poco de vino brindo por tí y por mí, por el monumento a la ilusión que construímos y derrumbamos después con ganas. Aquí me quedo yo con mi locura y mis ganas de querer querer, de respirar y de seguir escribiendo o gritando según la intensidad del vacío de tu ausencia.
Luc Dupont.
No hay comentarios:
Publicar un comentario