jueves, 24 de mayo de 2012

MARCA por Piero Galasso


Desplazarse por las letras regaladas sólo es algo comparable a la satisfacción de toparte con una nueva y buena persona. Aquellas que no se encuadran bajo ninguna clasificación de género sino como alguien que te provoca cuestiones relevantes para con tu transformación vital. Desaparece la sexualidad y sólo permanecen un cerebro, palabras y dientes. Vendrían a ser como el rebelde haz de luz que se cuela por una rendija en una habitación a oscuras y gracias a él , conseguimos ver el polvo con más claridad, amén de conseguir despertar la oculta policromía de la estancia.

Uno se contempla desarmado de argumentos cuando uno de estos magníficos seres decide regalarme un libro, el cual es un acto delicioso que envuelve deseo de agradar y conocimiento mutuo. Es papel y palabras e historias pero para siempre serán el papel, palabras e historias de esa persona y mías. Un libro es un lazo de unión de los sentimientos de 2 personas a través de los cuentos que un tercero escribió durante meses  casi rozando la locura obsesiva del que lleva a cabo una tarea macanuda como la de inventarse un mundo entero nuevo.

En otro tiempo y en otra época, una de las personas más completas, interesantes y fascinantes que jamás haya conocido en mi vida, llamémosla Espuma , tuvo a bien ofrecerme un libro de Boris Vian, con dedicatoria suya, no del francés, y me abrió los ojos. Cambió mi modo de ver a las personas que por h o por b azarosamente se cruzan en mi camino.

Determinadas personas emplean colores, olores o canciones para asociarlas con otras y crear así un pequeño universo entusiasta de las grandes personalidades que han marcado y todavía marcan desde la distancia. Yo los catalogo por generaciones, aunque bien podrían haber sido ciudades. De entre ellas, la generación del 27 se lleva el podio, los laureles y las fanfarrias.

Éramos unos muchachos que nos encontrábamos en el mismo momento de duda y hambre. Nos golpeamos intelectualmente eliminando comportamientos absurdos puliendo unos cerebros que necesitaban exceso en locura, genialidad, multiculturalismo y mujeres. Vivíamos la vida como se tiene que vivir cuando se tiene 20 años, de un modo desmesurado y vertiginoso aunque alguno de nosotros otorgase altas dosis de disciplina a sus puños pelados. El resultado de aquel cuarteto es el dominio de infinidad de palabras y comportamientos, un respeto que roza lo enfermizo y amistades irremplazables. Ése es mi maná y si lo comiese todos los días de mi vida sería el obeso mórbido más feliz del cementerio.

No era cuestión de discípulos ni maestros, aquel escritor cubano falló con respecto a nuestra generación, dado que éramos los folios en blanco de un escritor despistado que tenía su talento cautivo en vidrio mas no encontraba de ninguna manera el método de empujar las palabras hacia el cuello de la botella. Cuando lo logró, se nos bebieron en brindis.

De ahí a cumplir sueños y metas crecimos como la rabia del violento en tanto que las 4 esquinas de aquel cuadrado primigenio son ahora las cuatro puntas de un rectángulo geográfico repartido entre cuatro ciudades europeas. En ellas, cada uno de nosotros se encuentra haciendo lo que realmente deseaba aunque bien es cierto que desearíamos hacer lo que fuera que hiciesen los otros 3. Así, el ansía improbable de visitar la mitológica Fiorino, sucumbe ante la satisfacción de saber que los chicos están bien y que no forman parte estática en ningún muro anónimo.

Sus conquistas son mis éxitos y aquí relato gustoso los hedonistas e iconoclastas orígenes de la generación del 27 que en los cafés de la ciudad de Fiorino, dulcificaban la juventud dando tragos  entre sonrisas fugaces y noches aceleradas.


Piero Galasso

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