jueves, 16 de octubre de 2014

CARTAS por Luc Dupont

Cuando nos separamos nos lo prometimos. Nada de sms, whatsapp, llamadas por skype ni una llamada normal. CARTAS. Cartas llenas de letras y vacías de sonidos durante seis meses. Esperadísimas cartas, peligrosos sobres que contenían las descargas eléctricas necesarias para reavivar a mi corazón justo cuando el tercer pitido se iba atreviendo a anunciar la muerte de mi órgano más dictatorial; ese pequeño tirano que me lleva a bandazos por territorios terriblemente curvilíneos. Yo que iba de hippster de mierda y tú que de verdad eras un caballo salvaje. Aún recuerdo cuando jugábamos a pincharnos los días con la aguja del tocadiscos. Yo era feliz porque te tenía allí delante; mi fiera preferida, en trance con aquella música. Yo estaba en trance por el amor y no comprendí que tú ya vivías enamorada del mundo desde un principio, que yo solo era un elemento más de algo mágico que provocaba tu continuo éxtasis.

A la primera carta respondí con amor. Una semana esperando por aquel delicioso regalo que paladée con paciencia y cierta auto tortura. La cogí  del buzón, la posé en mi mesilla y me prometí esperar diez horas a abrirla, simplemente por el mero hecho de provocarme intenso placer evitando ese instinto de autosatisfacción, como una paja alargada con esmero. Me corrí de delicia,

La segunda carta fue un polvo con fuegos artificiales. Me contabas todas aquellas cosas fantásticas que te pasaban pero que en el fondo no eran nada comparadas a estar con mi piel, decías. Me consolaba saber que mi soledad se veía acompañada por tus pequeñas insatisfacciones en medio de la alegría constante  que parecía que te había tocado vivir en la vida.

La tercera carta fue una puñalada. Ahí ya me hablabas de tu mierda de  historia espiritual y de que ya no sabías si eras la misma y de que habías conectado de una manera tan auténtica con gente nueva, que tenías una nueva relación contigo misma y que estabas creciendo. Y a mí me crecían las ganas de matarme, de matarte, de dejar de gritarme que lo sabía, de dejar de beber solo.

Y tu cuarta carta fue, como me suponía, una mierda. Prefiero no comentar los costes en desperfectos físicos y morales que esa basura ha conllevado. El nombre de aquel imbécil  y su ``alma libre´´ me penetró tan profundamente que desvirgaste mi inocencia.`` Toma mi polla libre´´ fue mi respuesta ebria metida en un sobre  a aquel conjunto de letras con olor a estiércol.   Fue justo ahí. Cuando me convertí en el capullo que soy.

Gracias.

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