martes, 23 de diciembre de 2014

INCERTIDUMBRE por Luc Dupont

Era Sábado. Noche. Su razón de vivir era oler por primera vez aquel aroma masculino que la alborotaba, que la llevaba a una galaxia mucho más maravillosa que la endémica vía de la leche. Lluvia. Viento. Y sangre en las venas para alcanzar la puerta de casa y prometerse no volver jamás. Como siempre. Y como nunca se atrevía a hacerlo. Aquella idea luminosa  simplemente era un rayo de sol impermanente en una tormenta eterna llamada familia no deseada. Como todas.

Escribir letras a través del teclado del ordenador para comunicarse con aquel hombre desconocido se le semejaba a dibujar las teclas del piano, a acariciarlas con las yemas de sus dedos, esas manos deseosas de ser impuras. Aquella locura cibernética se comía sus horas, sus rutinas y amistades. Como las personas hacen siempre, se enganchó de la obsesión más absurda y se vió con fuerzas de creer en un nuevo amor y sacar su apolillada inocencia del cajón de los muertos.

Mientras se vestía para la cita con el que podría ser el hombre de su vida o más bien podría ser un gañán; bailó ante el espejo una danza infinita consigo misma. Comprendía ya, a pesar de su pronta edad, que el amor es de uno solo, que aquella fuerza inhumana era pasajera y por lo cual había que bailarla, reirla y hacerle el amor hasta que todas las barcas de los románticos pescadores de su cabeza decidieran abandonar la isla de las utopías y establecer de nuevo el gris toque de queda.

A cada paso que avanzaba hacia la realidad de aquel encuentro desesperado de las nueve de la noche en un bar mal elegido, todo se iba ralentizando. Sus piernas, su corazón, su nave de regreso a las lunas de Júpiter se destrozaban en medio del mayor espectáculo de todos. La incertidumbre.

Luc Dupont.

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