Éramos el plástico oxigenado que recubría la representación dolorosa de las despedidas ideada a modo de teléfono. En ellas sobrevivíamos y nos erigíamos estatuas de arena viendo partir al otro, cada semana. Hubo un tiempo donde cualquier tema, idea o pensamiento se desarrollaba del mismo modo sobre tus hombros que en mi cabeza. Digamos que uno opinaba y el otro asentía otorgándonos la sensación que experimenta el arrogante cuando el receptor agita con parsimonia sus ideas ante él. La imagen que teníamos el uno del otro era controvertida dado que , realmente, sólo llegaste a conocer el 10 % de mi retorcida personalidad y yo lo supe todo de tí. A modo de símil, imagina el siguiente escenario:
Salón pequeño. Verano. 3 de la tarde. Una abuela y dos nietos. Uno revoltoso , gritón, dicharachero, rebelde, divertido, agresivo. Otro , callado, taciturno, de expresión indolente, imagen perfecta, obediente. Adivina cual de estos dos se habrá de convertir en el hiperviolento malnacido que habrá de matar a la abuela. Respuesta equivocada, la número 1.
Volviendo a nosotros, te he modelado una imagen impecable de personalidad pero nunca con fines violentos, por suerte para tí no soy gran amante del ruido y la furia, sólo admiro a Gatsby. Jamás te he engañado ni he sentido atracción hacia otras mujeres que no me recordasen a ti, con lo cual el deseo desaparecía a efectos de esta paradoja. No quise hacerte sentir infeliz pero en tu propia felicidad, lo eras, dado que vivías compartiendo el tiempo con un actor, un tipo sin ideas propias que sólo quería tenerte a su lado por estar aterrorizado a mostrarse como realmente es. No tengo ego ni fuerza, siento deseos suicidas, mi vida no consigue atraparme de ningún modo, soy incapaz de enamorarme, vivo a base de impulsos naturales, soy primario y estúpido, no me agradan las personas y la soledad me aterra, rechazo el éxito, soy incapaz de recordar una conversación al igual que Robert Cohn y la mera idea de hablar con una mujer me aterra tanto como morir ahogado.
Así, tu eras el niño revoltoso y feliz y yo el que proyectaba una imagen inmaculada que engañó a todo el mundo menos a la propia abuela que nunca se fió de él y recibió satisfacción a sus dudas el trágico día que fue eliminada. De ahí, puedes sacar conclusiones y entender el por qué de mi infelicidad, mis inseguridades y mis desidias dado que yo nunca fuí yo.
Siguiendo la directrices que marqué al conocerte, te otorgué poder en varios campos decisivos, con lo cual te creías poseedora de ciertos derechos a la hora de cruzar algunos límites. El poder ciega al que se cree más dotado intelectualmente que su oponente, dándome a mí toda la libertad posible para llevar a cabo mis intenciones para contigo. Dibujando una desvaída imagen de indefensión, tu protección creyó necesario acogerme en su seno.
Te creíste la suerte contemplándome a mí, la moneda, en manos del jugador pero olvidaste que el azar, marioneta mía, es masculino también.
Piero Galasso
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