miércoles, 5 de octubre de 2011

ANSIA por Luc Dupont

Vivir en un mundo diferente es difícil. Los demás te quedan demasiado lejos como para intentar establecer comunicaciones eficientes. Y gastas el tiempo descifrando las huellas, buscando el rastro de tus semejantes: los alienígenas azules que pueblan este sistema celestial. Dramáticamente no llevamos ningún distintivo que nos distinga; eso provocaría que los caza recompensas intergalácticos se abalanzasen sobre nuestras antenas cual adolescente ebrio en presencia de dos tetas.
Ayer me cruce con una marciana tremenda. A primera vista semejaba terrícola.
Y cuando nuestras miradas se cruzaron el mundo se detuvo. Ahora que lo menciono, si el planeta se para cada vez que dos seres exhuman extractos de empalagoso caramelo, debemos haber perdido épocas enteras ya. Pero el caso es que esta vez se detuvo. Completamente. Solo faltaba que nos salieran rayos eléctricos de los globos oculares para certificar la conexión cósmica. Era tan bella.
Pero era tan tímida; no me dijo nada cuando nos cruzamos. Pero yo soy marciano experimentado y no me rendí ante su primer y evidente desprecio. Me subí con fuerza la cremallera del pantalón, (la cual siempre me deja en ridículo) y camine con decisión detrás de ella. Todo forma parte de una danza ancestral, pensé. Ella avanza, yo sigo. Ella no me mira, yo no desespero. Ella cada vez camina más rápido. Es un signo claro de seducción. La danza se alarga mas de lo normal en este tipo de rituales, de hecho yo comenzaba a dejar evidencias de mi cansancio en la zona del sobaco de mi camisa. Cuando íbamos por el octavo kilometro de nuestro recorrido inesperado, decidí acelerar el paso para acabar cuanto antes con el innecesario prolongamiento de nuestro maravilloso encuentro. Mi sorpresa se produjo cuando ella respondió con un decidido aumento de velocidad proporcional al movimiento progresivo de mis zapatillas. Como corre esta condenada, se nota que es de Marte, parece un Velociraptor!
Os prometo que aquella carrera se convirtió en profesional. Llegamos a batir marcas de velocidad mientras dejábamos atrás las calles, impotentes ellas ante nuestro paso implacable. Usain Bolt lloraba esa noche al descubrirse humano. Yo en cambio lloraba de agotamiento ante la evidente pérdida de energía que estaba sufriendo.
Pero apreté los dientes, me prometí no comer más pan bimbo con manteca de cacahuete, me introduje el dedo pulgar en la zona rectal para propulsarme, y volé.
Ella abrió sus ojos cual lunas de Júpiter al observar mi súbita operación, y, con la elegancia de una pantera negra, se comunico conmigo:
-Como des un paso mas llamo a la policía, puto pervertido


Luc Dupont

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