martes, 8 de noviembre de 2011

PARADISE por Piero Galasso

Bailemos en el cementerio de los optimistas. Cogeré mi sombrero y me lo calaré hasta las cejas y tú te pondrás maquillaje suficiente para el resto de la eternidad. Tú y yo inmersos en un baile sin final. Los pasos de baile dejaron de ser desconocidos cuando me dijiste que tenías en mente escribir un libro huérfano de epílogo, que las palabras capítulo y final no suenan bien cuando se leen seguidas. Nuestro trabajo será evitar las gramáticas y vocabularios, dejando a nuestros cerebros sin carga innecesaria alguna.

Y entonces cerraré los ojos y me desfragmentaré en cien mil posibilidades. No te puedo exigir que las unifiques todas, curioso que piense esto justo hoy cuando se cumplen ciento cincuenta años de la unificación de Italia. El cerebro es el laberinto y yo el ratón blanco de ojos rojos.

Seguramente, alguna de esas opciones sea la que vuelva a poner el cubo de Rubik que soy en orden y te permita comprender el misterio que dices que soy. O, por lo menos, te deje distraerte con mi geometría aunque nunca consigas igualar los lados del cubo. No te preocupes, el día que eso suceda será el día de mi despedida conmigo mismo. Si no tengo nada en mi interior con lo que sorprenderte o enloquecerte, seré una indefensa ameba incapaz de provocar, engatusar o amar. En este caso, el orden inhabilitaría mi identidad, inoculando satisfacción de arqueólogo a tu atenta mirada y eyaculando sobre mi cuerpo un manto de invisibilidad mortecino aniquilador de mis fortalezas como ser humano.

Necesito el caos para sentirme vivo, recibir preguntas de todas mis aristas para intentar entender y dado que eso nunca sucede, me habitúo y me siento fresco, en un continuo responder a preguntas llenas de curiosidad y buenos deseos.

Siempre me has considerado negativo. Por el contrario, soy realista. He viajado por todas las esferas de las emociones y no me he sentido más que turista en todas ellas. El sedentarismo emocional me ha llegado cuando he activado el modo realista que contiene mis impulsos de manera exitosa y otorga algún valor a mis opiniones. Ahora la estabilidad me nutre y me consuela cuando mis emociones se rebelan implosionando bajo mi inteligencia. El atentado terrorista de estas impetuosas salvajes suele remitir cuando la realidad toma partido y las encarcela debajo de 29 millones de pensamientos racionales que las desconcierta y perturba.

Son situaciones que provocan vida y aportan algo que hacer a mi cerebro y si él está atareado, yo lo estoy. La situación a evitar es la de otorgarle demasiada tarea y demandarle demasiados pensamiento–GEOS de manera que se sobrecalienta provocando migrañas de aúpa que acepto y sufro como daños colaterales necesarios.

Si fuese un optimista intentaría sacar algo de provecho de la contrariedad y el negativo trataría de ahogarse con un foulard fucsia o algo así. El pasivo observaría con expresión estúpida de boca entreabierta con los ojos cercanos a la clausura y el activo intentaría sacar el dolor de la frustración a base de abrirse la cabeza contra la pared. Bien pensado, sería fantástico contar con un sistema de ventilación cerebral. En el momento en que se tuviese cualquier tormento o preocupación girar una oreja y psssst cual tetera eliminar un sobrante fastidioso de manera rápida y fácil. Sería una solución tan sencilla que tiene lógica que no dispongamos de ella.



Piero Galasso

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