martes, 24 de junio de 2014

AEROPUERTO por Luc Dupont

La pantalla de salidas inminentes me seduce con nombres exóticos mientras el billete que nunca utilizaré me invita a sentarme en el 28E de un avión de Ryanair con destino Alicante. Ni siquiera es ventanilla, ni siquiera es pasillo. Es el maldito asiento del medio. ¿Qué pinto yo volando a Alicante embutido entre dos gordos sudando como si no hubiera mañana? Nada. Por eso no cojo ese avión. Por eso no cojo ninguno.

Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.

-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.

Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél,  en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.


El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.

Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.

Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.

Que te den por culo,  Alicante. Me vuelvo a mi nido.


Luc Dupont.

sábado, 21 de junio de 2014

AEROPUERTO por Piero Galasso

Ella sólo quería ser el reflejo de lo que estaba por venir, de ese futuro idealizado que nunca conseguiría y con el que soñaría todos los días de su vida. Imprimía velocidad a su existencia del mismo modo que yo me perdía en explicaciones inertes acerca de la mejor forma de posicionarme en un sofá desvencijado. Digamos que ella era la casa finalizada y yo el agente inmobiliario que magnificaba los acabados de la misma. La vida pasaba a través de ella y era la vida la que aprendía a lidiar con ella. Su fortaleza residía en que no necesitaba de nadie para seguir hacia delante ni coaccionaba a nadie con la ambivalente moneda de la amistad. En aquellas ocasiones en que su coraza se rompía y auxilio pasaba a ser la única palabra en su romo diccionario, me escribía. Lo hacía cuando tenía miedo y su prosa no era tendenciosa ni excesiva. Era cierta, pegajosa y visceral. El miedo la hacía deshacerse de cualquier rubor y me golpeaba en el estómago con aquella suma de palabras voluptuosas que me dejaban al borde de la debilidad, de aquella que me hacía desayunar en un aeropuerto siempre que la echaba de menos. Pero siempre que llegaba el correo, me contenía, esperaba a que fuera de noche y engatusaba la yugular de alguna desprevenida mujer y aplacaba con otro cuerpo mis ansias de volver a verla desnuda destrozando mis tímpanos con los sonidos guturales que hacía cuando llegaba al orgasmo. En la temida mañana siguiente, cuando mi personaje dejaba de tener fuerza y lo hacía huir por la ventana a puntapiés llevando consigo el recuerdo vacío de un cuerpo que no me pertenecía, volvía a mí el recuerdo del correo aullando desde el buzón sabedor de que tarde o temprano, un nuevo recibo de la cafetería del aeropuerto se perdería entre mis facturas sin pagar. Hasta que, simplemente, ese personaje que utilizaba de madrugada pasó a ser referencia y captador de más minutos en el burlesque que sustituye a mi vida desde hace un tiempo. Y el correo seguía llegando y se amontonaba con las demás facturas y pasó a ser eso, una responsabilidad aburrida con la que , por inmaduro, ya no me apetecía lidiar. Y coño, me encontré feliz una mañana viendo en el reflejo de la ventana, el pelo enmarañado de una mujer entre las sabanas mientras que la luz de una mañana de Junio y la música más libre de la chicha sonaba ancestral, dándole a toda la escena una verdad mil veces superior al estertor redundante que exhalaba su último aliento en mi buzón. Es hora de ser el actor principal. Bienvenidos al vodevil.


Piero Galasso

jueves, 24 de abril de 2014

RATÓN por Piero Galasso

La puerta se cerró delante de nosotros y allí nos quedamos quietos Billy Fatso Zimmer y yo. De su boca salieron su frustración e ira vestidas con el uniforme del insulto bien pronunciado. En mi cabeza sólo se repetía  aquella melodía de la cual nunca supe el nombre de su autor ni de la canción en sí . Pero que bien sonaba.
La composición de nuestras caras era singular por antagónica.  El rostro de Bill explotaba. Bajo su piel, su sangre parecía hervir al calor de las palabras que su boca esputaba, al tiempo que sus ojos subían y bajaban en sus cuencas como agua en ebullición otorgando al conjunto un carácter demoníaco.Por el contrario,  mis pupilas se expandían al son de la tonada con la que mi cerebro se divertía mientras que mi boca se mostraba entreabierta otorgándome una expresión de lo más idiota. 
Billy me sacó de la ensoñación agarrándome por el brazo, mascullando soluciones de camino a su Buick convertible del 74. Cuantas veces habíamos ido en ese coche con Daisy y Jacqueline a  emborracharnos a la playa. Recuerdo el olor de aquella tarde  en la que Daisy llevaba el pelo descolocado por el viento y lo que su boca y sus ojos me decían no concordaban. Debido a lo cual, me decidí a escribir mis memorias sobre su piel mientras, en la distancia y divertida, Jackie le llamaba babuino iletrado al bueno de Zimmer. Desafortunadamente, en esta ocasión no había más pellejos en dirección al automóvil aparte del de fatso y el mío.

Después de semanas de búsqueda de la copia de aquel libro de Kerouaq que un día le perteneció, ya ni me molestaba en preguntarle acerca de qué es lo que exactamente se encontraba entre aquellas páginas, pudiera ser un décimo de lotería o algún recuerdo en papel de fuerte valía emocional,  porque siempre me contestaba lo mismo:

La realidad y mi realidad se batieron en un duelo dispar impregnando aquellas páginas de sensaciones propias de un iluminado. Tal es así que no consigo recordar ni una sóla de las palabras que escribí en los márgenes. Me encontraba en una especie de trance, algo divino, celestial. En aquellas letras está el germen de mi próxima novela. Mi deber es encontrar ese libro para comprobar si continuo teniendo talento o si mi genio murió de abulia contemplando la jovial marcha de mis musas a ninguna parte”.

La primera vez que escuché estas palabras he de reconocer que me sentí fascinado por la respuesta y creí entender el motivo por el cual este fantástico escritor no publicaba una novela desde hacía ya casi siete años. Ahora y tras dibujar con mi espalda una nueva forma en el asiento de copiloto del Buick, me sé en la compañía de un hombre loco que incansablemente lucha por encontrar su humanidad en un libro perdido, que quizás haya sido ya quemado o lanzado al mar en una suerte de muerte poética.

A Billy le habían dicho que en aquel lugar alguien tendría la maldita copia y no solamente no la tenían sino que nos mandaron a la mierda sin musicalidad alguna y con el sonido rabioso de la puerta reencontrándose con el marco, nos despidieron. Billy sacó del bolsillo  de su chaqueta una lista donde había escrito los lugares donde podría encontrarse el dichoso libro y ,tachando con rabia la última dirección, pronunció con ímpetu la siguiente 3828 Piermont Drive y ,arrancando su magnífica máquina, salimos a toda velocidad hacia la misma.


Piero Galasso.

miércoles, 23 de abril de 2014

RATÓN por Luc Dupont.

Existe un momento en Londres y en cualquier otra gran ciudad en el que vas sentado en el metro y te das cuenta de que no sabes adònde vas ni qué hora es porque llevas mil días sin parar de correr. Sin parar de sudar rutina. Bienvenido a la burbuja etérea de cemento. En ese preciso momento donde la realidad y la ficción se frotan y se ponen cachondos, mi enorme sonrisa pasa por encima del hombre que tengo sentado enfrente y se refleja en el espejo tintado del metro. Gol de vaselina a la realidad. Tiene mérito después de tanto penalti no pitado por los malditos árbitros de mi existencia.
Ir al trabajo en estado de enajenación mental ayuda a tirar del día y salir al otro lado del río vivo y brillante como una sardina plateada. Cuando vives en tus nubes de colores y te acompañas de todas las criaturas fantásticas de tu imaginación, ningún imbécil puede arañar tu imperio de fantasía sexual. Tus alucinaciones son tan enormes que te puedes fabricar cualquier monstruo perfecto con orden de morder y matar. Que te traiga los cadáveres del día debajo de la cama y hagamos un recuento de las víctimas de nuestra inocencia mientras nos pasamos el domingo haciendo el amor con melodías de hospital  

Todo una mierda y todo genial, todo cambia a cada momento en mi carrusel infantil. Pero me gusta el traqueteo y mientras voy agarrado a mi unicornio de terciopelo dibujo círculos en tus sueños de cemento. No voy a ningún lado pero voy dejando colores y espíritu circense por los pueblos que atravieso. Darse cuenta de que uno no es sobresaliente ni brillante es delicioso si haces de tu exclusiva estupidez comedia y de tu indestructible sonrisa mellada tu escudo anticrisis. Dejemos que nuestros egos se vayan de putas y cuando vuelvan exhaustos los sorprendemos de camino para rajarles las entrañas y llevarnos su corazón de hierro.

Tal vez todo esto venga a que tengo un ratón en casa. Y me jode. ¿Qué hará el ratón de mi casa cuando no estoy? Supongo que lo que todos los ratones, en fin. Bueno, lo que quería decirte es que nosé si esás harto de mí, quiero pedirte tiempo para adaptarme a tu peluda presencia. Perdona mi actitud inicial, todo aquello que te grité no lo sentía, mi voz era presa de prejuicios, ojalá los insultos se olviden más rápido en el mundo de los roedores. No pretendo que seamos amigos ni convivamos, de hecho debo reconocer que tu presencia me incomoda y nosé qué hacer para aceptar el hecho de que compartimos privacidad. Pero la vida a veces es así.

Luc Dupont.

jueves, 3 de abril de 2014

TRAMPERO por Piero Galasso

La primera vez que la ví, la ignoré por completo. Su personalidad, sus matices y sus verdades desfilaban ante mí como el sonido ante el sordo. Notaba sus vibraciones pero no la escuchaba, no la sentía, pudiera ser que no supiese sentirla. Transcurridos dos años, ella continuaba observándome sin fatiga ni desdén, demostrando que la constancia sustituye al genio en todas y cada una de las artes de nuestro tiempo. Así,mi ignorancia tornó en curiosidad. Rocío, que así se llama la protagonista, me investigó durante tanto tiempo que comencé a detestar mi traje de cobaya ante ella, científica de mis entretelas. Contrariado en el reto, afronté igual misión y comencé a estudiar sus formas, su cabeza y la amalgama de sonidos que salían de su boca. Sus gestos y la mirada podrían catalogarse como mundanos. Podría poner en una estancia 100 individuos de aspecto mustio y personalidad olvidable y Rocío se difuminaría entre el gentío desapareciendo sin trascender a ojos de quien buscase algo fuera de lo común. Tal fue mi implicación en el análisis que empecé a imaginarme como reaccionaría Rocío ante determinadas situaciones y como habría de salvar las dificultades que la vida dispusiese ante su testa y cuerpo.Después de semanas de contemplación y una vez hube redactado mi informe interno, le propuse un encuentro. Ella, intimidada, aceptó sin preámbulos ni palabras huecas. En realidad, ni tan siquiera proyectó palabras magnánimas, simplemente asintió en silencio y me puse manos a la obra para entender el por qué  de esa irremediablemente cautividad en la que me veía asolado por su monotonía , su inseguridad y su limitado catálogo de bondades. Llegado el día y tras un breve monólogo en el que le dibujaba el paisaje que tiñó durante semanas mi intelecto y mis manos, Rocío me contemplaba con una mirada de sorpresa deliciosa. El crítico había sido criticado pero a ella no le produjo inseguridad sino que pude contemplar como su juego interno crecía desde el primer segundo en que comencé mi bien estructurado discurso. Una vez hube terminado de hablar y con el corazón desbocado retumbando como cien mil caballos corriendo por las llanuras de Mongolia, Rocío comenzó a proyectar una variedad de sonidos que allanaron mis oidos estallando en diminutas canciones multicolor que no acerté a comprender y aún hoy en día no consigo domesticar su significado. De lo único que estoy seguro es de que su canción es la banda sonora de esta etapa de mi vida y dibujo con mis ojos las notas que ella me regala.


Piero Galasso

sábado, 22 de marzo de 2014

TRAMPERO por Luc Dupont.

Volver a dibujar letras por la peligrosa línea del margen violentamente horizontal de mis libretas de espiral es hacerle el amor al viento. O simplemente escribir y rectificar. Tachar todas las mariconadas que puedo imaginar, todas las veces que pincho en hueso y la flor de papel no desprende el olor que debería, ese aroma poético con el que soñamos todos los ganadores con disfraz de perdedor y zapatillas de caminantes perezosos.

A mis musas literarias les pido luz, dejarme seguir chupándoos el alma para copiaros hasta los puntos suspensivos. Quién fuera la obra de cualquiera, quién fuera una canción de Sabina sin ser él ni soportar sus boludeces, quién metiera los goles de Messi sin tener su cara de autismo vital , quién pudiera ser yo sin mi estupidez. Ordeñemos a las vacas del arte y echemos a correr antes de que la leche se convierta en queso Gruyer y nos perdamos en los agujeros negros de la desidia láctea.

Cuando el gallo llega con el kikiriki de la mañana, nos despertamos los perros de la noche y nos convertimos en gatos caseros tan domesticados que cuando nos echan a la calle nos engaña cualquiera y nos la cuelan por todos lados, nuestra picardía la ahogamos en Telecinco. Nos queda ser entusiastas al menos, aunque seamos vinos espumosos y decepcionemos profundamente a pesar de las burbujas. Quedan poco vinos hechos con amor y tiempo, y quizás tampoco los queremos. Como dice Joaquín, estamos locos por naufragar y salimos a bailar al ritmo de la lluvia sobre las capotas el rocanrol de los idiotas.

Yo sólo quiero quererte y elegir cada día una nueva razón para morir contigo cada noche. Quiero echarte de menos en mi buscada soledad, recorrer tus puertos mentalmente y soltar las amarras de mi barco buscando vientos favorables, hinchar mis velas con el sol y recogerlas en las terribles tormentas tropicales para acercarme a tí silenciosamente y robarte un beso.

Quiero hacer trampas incluso si no hace falta para darle más gracia al disparate del amor.

Luc Dupont.


sábado, 22 de febrero de 2014

VOMITAR por Piero Galasso

La disparatada luz de las dos lunas rebotaba en su rostro cegándome por momentos. Me miraba fijamente a los ojos y en ellos no atisbaba más que un reflejo de  la dicha de los tiempos pretéritos, hundidos en el lodazal de la nostalgia. Cuando tomaba mi mano, en su piel fría y sesgada por el reloj, sus vellos no respondían al estímulo de mi cálida mano. Su cuerpo pregonaba una juventud de la que su alma parecía sentirse prisionera . Pero ella hacía ya tiempo que no se sentía identificada con la luz y fantaseaba con el final del trayecto al igual que el galgo ajado que contempla al conejo mecánico partir y simplemente mira hacia otro lado y se acomoda en el barro de la pista del canódromo enfermo de competición. Sus palabras ya sólo eran respuestas concisas a mis incansables ansias de quererla cada día más, aún sabiendo que ella ya tenía una nueva compañera con la que jamás podría ,ni tan siquiera, llegar a un acuerdo de custodia compartida. Era inevitable que perdiese la compostura en determinadas situaciones debido a su ardiente e indolente pasividad. Hundido ,con la única fuerza que mi hercúleo amor hacia ella me concedía, envasaba al vacío mis ansias de saltar en la sanguinolenta oscuridad. Hasta que un buen día, noté una fuerza extraña en su rostro ya casi huérfano de humanidad. Sus facciones hieráticas ganaron aquella mañana expresión y determinación, síntoma  de que un sentimiento de esperanza había brotado salvando la inanición de su espíritu. Comenzó a gritar mi nombre  de un modo como nunca jamás lo había hecho. Atolondrado por la premura y salvando los muebles de mi vivienda, acudí raudo al llamado de mi querida esposa acercando mi oído derecho a su todavía bella boca y escuché:

El amor que me procesas ha conseguido interrumpir una visita que llevo esperando desde antes que surgiera la segunda luna. Tu verdad y tu verbo me han mantenido erguida porque has despertado en mí ganas de victoria, de resistir, de despertar cada mañana y contemplar tu gesto incrédulo al comprobar que mi corazón latía al compás de tu querer. Pero un nuevo giro ha llegado y me aventuro en la dirección que siempre quise aún desconociendo que es lo que me deparará mi suerte. Que los vientos consigan que olvides este cuerpo marchito que ya no me seduce y recuerdes como éramos aquella deliciosa tarde en que creamos la primera luna...

Y doblándose hacia delante su recuerdo comenzó a agigantarse.


Piero Galasso