Quisimos ser el cielo y saboreamos el adiós prematuro. Lamentamos la victoria que nunca será y , aunque perdimos, ganamos. Que nadie me diga que flaqueamos. Espantamos al desaliento con voluntad y un grupo de parias se convirtió en leyenda. Mordimos donde ya no había ni tuétano. Visitamos la última aldea del mundo y preguntamos por Dios y una vieja desdentada dijo que no estaba, que nos llevaba cuatro años de ventaja y nos esperaba con la dorada. Ni falta hace que broten las lágrimas porque jugamos como héroes y el suelo está abonado con valientes sin medalla.¡Aguante la Argentina!. ¡Aguante el Jefecito!. Quisimos ser el cielo y fuimos suelo con todas sus piedras.
James Duluth
lunes, 14 de julio de 2014
sábado, 28 de junio de 2014
GUIJARRO por Piero Galasso
Mi amiga cuenta
las olas porque el mar no deja de provocarla con la espuma de su llanto. Cree
que si suma todas a una el mar terminará de sufrir y aceptará que la tierra
hace tiempo que se preocupa más del viento y la luz que del agua. Se sienta
delante de unos pocos guijarros y cada día suma y suma hasta que cae derrotada
de sueño y el mar la arrulla con su quejumbrosa forma de hacer las olas.Como si
el mar , a ojos de este mundanal humanoide que abajo firma, en su
magnificiencia agradeciese el apoyo de la incansable muchacha que apura su
energía diaria en entregarle toda su atención al agua en movimiento. Y todos
los días la misma rutina. El tiempo, el desatino no existen para mi amiga. ¡Qué
locos aquellos que no sufren la desdicha del mar como propia!. Mundanas y
aburridas cosas como el dinero y la prisa entorpecen a los señores atribulados
en su mirar del mar. ¿Cómo pueden vivir y obviar la dura realidad del ggiante
de agua salada?. Mi amiga no comprendía que alguien gastase tiempo en olvidarse
del mar o simplemente que contemplase el fin de semana como continente de
planes futuros de atención. Es ahora, en este mismo instante, que el mar se
queja. Ella no comprendía esa actitud pero no intentaba convencer a nadie de
que lo maravilloso del mundo que nos vive es contemplar en repetición continua
el devenir del mar. Los locos son los que intentan perder el tiempo yo sólo se
lo regalo al mar, decía a quien se lo preguntase. Naturalmente, corrió la voz
entre la gente preocupada. No puede ser que una muchacha no coma, no beba y que
sólo mire al mar con altruisticos ojos comentaban , en resumen, las gentes que
no se enteraban de nada. Locura, enfermedad, suciedad y delito bramaba la gente
ignorante mientras que la niña ya había comenzado a urdir un nuevo plan en
consonancia con su silente amigo el mar. Conocería nuevos parajes e intentaría
llegar al origen del viento y la tierra y uniría para siempre en amistad
indisoluble a los 3 elementos aunque los guijarros no le cogiesen en la maleta
porque, sencillamente, no tenía. Los guijarros que la sostuvieron durante
tantas noches modelando su sueño, dándole forma a su esperanza no la acompañarían.
Se quedarían contemplando la espuma del llanto del mar, con la esperanza de que
, algún día , la espuma desaparezca y agua, viento y tierra sean uno.
Piero Galasso
martes, 24 de junio de 2014
AEROPUERTO por Luc Dupont
La pantalla de salidas inminentes me seduce con nombres exóticos mientras el billete que nunca utilizaré me invita a sentarme en el 28E de un avión de Ryanair con destino Alicante. Ni siquiera es ventanilla, ni siquiera es pasillo. Es el maldito asiento del medio. ¿Qué pinto yo volando a Alicante embutido entre dos gordos sudando como si no hubiera mañana? Nada. Por eso no cojo ese avión. Por eso no cojo ninguno.
Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.
-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.
Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél, en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.
El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.
Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.
Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.
Que te den por culo, Alicante. Me vuelvo a mi nido.
Luc Dupont.
Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.
-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.
Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél, en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.
El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.
Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.
Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.
Que te den por culo, Alicante. Me vuelvo a mi nido.
Luc Dupont.
sábado, 21 de junio de 2014
AEROPUERTO por Piero Galasso
Ella sólo quería ser el reflejo de lo que estaba por venir,
de ese futuro idealizado que nunca conseguiría y con el que soñaría todos los
días de su vida. Imprimía velocidad a su existencia del mismo modo que yo me
perdía en explicaciones inertes acerca de la mejor forma de posicionarme en un
sofá desvencijado. Digamos que ella era la casa finalizada y yo el agente
inmobiliario que magnificaba los acabados de la misma. La vida pasaba a través
de ella y era la vida la que aprendía a lidiar con ella. Su fortaleza residía
en que no necesitaba de nadie para seguir hacia delante ni coaccionaba a nadie
con la ambivalente moneda de la amistad. En aquellas ocasiones en que su coraza
se rompía y auxilio pasaba a ser la única palabra en su romo diccionario, me
escribía. Lo hacía cuando tenía miedo y su prosa no era tendenciosa ni
excesiva. Era cierta, pegajosa y visceral. El miedo la hacía deshacerse de
cualquier rubor y me golpeaba en el estómago con aquella suma de palabras
voluptuosas que me dejaban al borde de la debilidad, de aquella que me hacía
desayunar en un aeropuerto siempre que la echaba de menos. Pero siempre que
llegaba el correo, me contenía, esperaba a que fuera de noche y engatusaba la
yugular de alguna desprevenida mujer y aplacaba con otro cuerpo mis ansias de
volver a verla desnuda destrozando mis tímpanos con los sonidos guturales que
hacía cuando llegaba al orgasmo. En la temida mañana siguiente, cuando mi personaje
dejaba de tener fuerza y lo hacía huir por la ventana a puntapiés llevando
consigo el recuerdo vacío de un cuerpo que no me pertenecía, volvía a mí el
recuerdo del correo aullando desde el buzón sabedor de que tarde o temprano, un
nuevo recibo de la cafetería del aeropuerto se perdería entre mis facturas sin
pagar. Hasta que, simplemente, ese personaje que utilizaba de madrugada pasó a
ser referencia y captador de más minutos en el burlesque que sustituye a mi
vida desde hace un tiempo. Y el correo seguía llegando y se amontonaba con las
demás facturas y pasó a ser eso, una responsabilidad aburrida con la que , por
inmaduro, ya no me apetecía lidiar. Y coño, me encontré feliz una mañana viendo
en el reflejo de la ventana, el pelo enmarañado de una mujer entre las sabanas
mientras que la luz de una mañana de Junio y la música más libre de la chicha
sonaba ancestral, dándole a toda la escena una verdad mil veces superior al
estertor redundante que exhalaba su último aliento en mi buzón. Es hora de ser
el actor principal. Bienvenidos al vodevil.
jueves, 24 de abril de 2014
RATÓN por Piero Galasso
La puerta se cerró delante de nosotros y allí nos quedamos
quietos Billy Fatso Zimmer y yo. De su boca salieron su frustración e ira
vestidas con el uniforme del insulto bien pronunciado. En mi cabeza sólo se
repetía aquella melodía de la cual
nunca supe el nombre de su autor ni de la canción en sí . Pero que bien sonaba.
La composición de nuestras caras era singular por
antagónica. El rostro de Bill
explotaba. Bajo su piel, su sangre parecía hervir al calor de las palabras que
su boca esputaba, al tiempo que sus ojos subían y bajaban en sus cuencas como
agua en ebullición otorgando al conjunto un carácter demoníaco.Por el
contrario, mis pupilas se expandían al
son de la tonada con la que mi cerebro se divertía mientras que mi boca se
mostraba entreabierta otorgándome una expresión de lo más idiota.
Billy me sacó de la ensoñación agarrándome por el brazo,
mascullando soluciones de camino a su Buick convertible del 74. Cuantas veces
habíamos ido en ese coche con Daisy y Jacqueline a emborracharnos a la playa. Recuerdo el olor de aquella tarde en la que Daisy llevaba el pelo descolocado
por el viento y lo que su boca y sus ojos me decían no concordaban. Debido a lo
cual, me decidí a escribir mis memorias sobre su piel mientras, en la distancia
y divertida, Jackie le llamaba babuino iletrado al bueno de Zimmer.
Desafortunadamente, en esta ocasión no había más pellejos en dirección al
automóvil aparte del de fatso y el mío.
Después de semanas de búsqueda de la copia de aquel libro de
Kerouaq que un día le perteneció, ya ni me molestaba en preguntarle acerca de
qué es lo que exactamente se encontraba entre aquellas páginas, pudiera ser un
décimo de lotería o algún recuerdo en papel de fuerte valía emocional, porque siempre me contestaba lo mismo:
“La realidad y mi realidad se batieron en un duelo dispar
impregnando aquellas páginas de sensaciones propias de un iluminado. Tal es así
que no consigo recordar ni una sóla de las palabras que escribí en los
márgenes. Me encontraba en una especie de trance, algo divino, celestial. En
aquellas letras está el germen de mi próxima novela. Mi deber es encontrar ese
libro para comprobar si continuo teniendo talento o si mi genio murió de abulia
contemplando la jovial marcha de mis musas a ninguna parte”.
La primera vez que escuché estas palabras he de reconocer
que me sentí fascinado por la respuesta y creí entender el motivo por el cual
este fantástico escritor no publicaba una novela desde hacía ya casi siete
años. Ahora y tras dibujar con mi espalda una nueva forma en el asiento de
copiloto del Buick, me sé en la compañía de un hombre loco que incansablemente
lucha por encontrar su humanidad en un libro perdido, que quizás haya sido ya
quemado o lanzado al mar en una suerte de muerte poética.
A Billy le habían dicho que en aquel lugar alguien tendría
la maldita copia y no solamente no la tenían sino que nos mandaron a la mierda
sin musicalidad alguna y con el sonido rabioso de la puerta reencontrándose con
el marco, nos despidieron. Billy sacó del bolsillo de su chaqueta una lista donde había escrito los lugares donde
podría encontrarse el dichoso libro y ,tachando con rabia la última dirección,
pronunció con ímpetu la siguiente 3828 Piermont Drive y
,arrancando su magnífica máquina, salimos a toda velocidad hacia la misma.
miércoles, 23 de abril de 2014
RATÓN por Luc Dupont.
Existe un momento en Londres y en cualquier otra gran ciudad en el que vas sentado en el metro y te das cuenta de que no sabes adònde vas ni qué hora es porque llevas mil días sin parar de correr. Sin parar de sudar rutina. Bienvenido a la burbuja etérea de cemento. En ese preciso momento donde la realidad y la ficción se frotan y se ponen cachondos, mi enorme sonrisa pasa por encima del hombre que tengo sentado enfrente y se refleja en el espejo tintado del metro. Gol de vaselina a la realidad. Tiene mérito después de tanto penalti no pitado por los malditos árbitros de mi existencia.
Ir al trabajo en estado de enajenación mental ayuda a tirar del día y salir al otro lado del río vivo y brillante como una sardina plateada. Cuando vives en tus nubes de colores y te acompañas de todas las criaturas fantásticas de tu imaginación, ningún imbécil puede arañar tu imperio de fantasía sexual. Tus alucinaciones son tan enormes que te puedes fabricar cualquier monstruo perfecto con orden de morder y matar. Que te traiga los cadáveres del día debajo de la cama y hagamos un recuento de las víctimas de nuestra inocencia mientras nos pasamos el domingo haciendo el amor con melodías de hospital
Todo una mierda y todo genial, todo cambia a cada momento en mi carrusel infantil. Pero me gusta el traqueteo y mientras voy agarrado a mi unicornio de terciopelo dibujo círculos en tus sueños de cemento. No voy a ningún lado pero voy dejando colores y espíritu circense por los pueblos que atravieso. Darse cuenta de que uno no es sobresaliente ni brillante es delicioso si haces de tu exclusiva estupidez comedia y de tu indestructible sonrisa mellada tu escudo anticrisis. Dejemos que nuestros egos se vayan de putas y cuando vuelvan exhaustos los sorprendemos de camino para rajarles las entrañas y llevarnos su corazón de hierro.
Tal vez todo esto venga a que tengo un ratón en casa. Y me jode. ¿Qué hará el ratón de mi casa cuando no estoy? Supongo que lo que todos los ratones, en fin. Bueno, lo que quería decirte es que nosé si esás harto de mí, quiero pedirte tiempo para adaptarme a tu peluda presencia. Perdona mi actitud inicial, todo aquello que te grité no lo sentía, mi voz era presa de prejuicios, ojalá los insultos se olviden más rápido en el mundo de los roedores. No pretendo que seamos amigos ni convivamos, de hecho debo reconocer que tu presencia me incomoda y nosé qué hacer para aceptar el hecho de que compartimos privacidad. Pero la vida a veces es así.
Luc Dupont.
Ir al trabajo en estado de enajenación mental ayuda a tirar del día y salir al otro lado del río vivo y brillante como una sardina plateada. Cuando vives en tus nubes de colores y te acompañas de todas las criaturas fantásticas de tu imaginación, ningún imbécil puede arañar tu imperio de fantasía sexual. Tus alucinaciones son tan enormes que te puedes fabricar cualquier monstruo perfecto con orden de morder y matar. Que te traiga los cadáveres del día debajo de la cama y hagamos un recuento de las víctimas de nuestra inocencia mientras nos pasamos el domingo haciendo el amor con melodías de hospital
Todo una mierda y todo genial, todo cambia a cada momento en mi carrusel infantil. Pero me gusta el traqueteo y mientras voy agarrado a mi unicornio de terciopelo dibujo círculos en tus sueños de cemento. No voy a ningún lado pero voy dejando colores y espíritu circense por los pueblos que atravieso. Darse cuenta de que uno no es sobresaliente ni brillante es delicioso si haces de tu exclusiva estupidez comedia y de tu indestructible sonrisa mellada tu escudo anticrisis. Dejemos que nuestros egos se vayan de putas y cuando vuelvan exhaustos los sorprendemos de camino para rajarles las entrañas y llevarnos su corazón de hierro.
Tal vez todo esto venga a que tengo un ratón en casa. Y me jode. ¿Qué hará el ratón de mi casa cuando no estoy? Supongo que lo que todos los ratones, en fin. Bueno, lo que quería decirte es que nosé si esás harto de mí, quiero pedirte tiempo para adaptarme a tu peluda presencia. Perdona mi actitud inicial, todo aquello que te grité no lo sentía, mi voz era presa de prejuicios, ojalá los insultos se olviden más rápido en el mundo de los roedores. No pretendo que seamos amigos ni convivamos, de hecho debo reconocer que tu presencia me incomoda y nosé qué hacer para aceptar el hecho de que compartimos privacidad. Pero la vida a veces es así.
Luc Dupont.
jueves, 3 de abril de 2014
TRAMPERO por Piero Galasso
La primera vez que la ví, la ignoré por completo. Su personalidad, sus matices y sus verdades desfilaban ante mí como el sonido ante el sordo. Notaba sus vibraciones pero no la escuchaba, no la sentía, pudiera ser que no supiese sentirla. Transcurridos dos años, ella continuaba observándome sin fatiga ni desdén, demostrando que la constancia sustituye al genio en todas y cada una de las artes de nuestro tiempo. Así,mi ignorancia tornó en curiosidad. Rocío, que así se llama la protagonista, me investigó durante tanto tiempo que comencé a detestar mi traje de cobaya ante ella, científica de mis entretelas. Contrariado en el reto, afronté igual misión y comencé a estudiar sus formas, su cabeza y la amalgama de sonidos que salían de su boca. Sus gestos y la mirada podrían catalogarse como mundanos. Podría poner en una estancia 100 individuos de aspecto mustio y personalidad olvidable y Rocío se difuminaría entre el gentío desapareciendo sin trascender a ojos de quien buscase algo fuera de lo común. Tal fue mi implicación en el análisis que empecé a imaginarme como reaccionaría Rocío ante determinadas situaciones y como habría de salvar las dificultades que la vida dispusiese ante su testa y cuerpo.Después de semanas de contemplación y una vez hube redactado mi informe interno, le propuse un encuentro. Ella, intimidada, aceptó sin preámbulos ni palabras huecas. En realidad, ni tan siquiera proyectó palabras magnánimas, simplemente asintió en silencio y me puse manos a la obra para entender el por qué de esa irremediablemente cautividad en la que me veía asolado por su monotonía , su inseguridad y su limitado catálogo de bondades. Llegado el día y tras un breve monólogo en el que le dibujaba el paisaje que tiñó durante semanas mi intelecto y mis manos, Rocío me contemplaba con una mirada de sorpresa deliciosa. El crítico había sido criticado pero a ella no le produjo inseguridad sino que pude contemplar como su juego interno crecía desde el primer segundo en que comencé mi bien estructurado discurso. Una vez hube terminado de hablar y con el corazón desbocado retumbando como cien mil caballos corriendo por las llanuras de Mongolia, Rocío comenzó a proyectar una variedad de sonidos que allanaron mis oidos estallando en diminutas canciones multicolor que no acerté a comprender y aún hoy en día no consigo domesticar su significado. De lo único que estoy seguro es de que su canción es la banda sonora de esta etapa de mi vida y dibujo con mis ojos las notas que ella me regala.
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