lunes, 21 de julio de 2014

GUIJARRO por Luc Dupont

Tremenda agonía, tremenda tensión. Mi cabeza se convirtió en balón y mis sueños volaron redondos hacia la portería. El fútbol, la más dulce de las mentiras, me permitió aparcarme por un instante.
Como todas las mentiras, pronto se expira, y el Mundial se acaba como se me acaban todas las coartadas y todas las pastillas de mi insuficiente botiquín de supervivencia. Mis ganas se derrumban al oír el zumbido en mi habitación 214 de un hotel de Jerusalén. El zumbido se me mete por los oídos y me recorre el cuerpo como una espiral eléctrica que duele, que me rompe los nervios y el alma. Me tengo que tirar al suelo y esforzarme en cada respiración. Cada partícula de aire que entra en mi cuerpo me duele, todo tiembla y la habitación parece girar y  meterme en un huracán sin rumbo. Como mi mundo. Como el mundo.
 
Hace poco más de una semana, me enroscaba en el sofá del Waldorf Astoria de Jerusalén y Argentina y Alemania peleaban para mí en la pantalla gigante. Era la venda perfecta para mis ojos y mis sentidos. El deseo infinito de Mascherano y la eterna espera para que Messi invente algo inimaginable  me acogieron durante dos largas horas. Después, el despertar. Alemania gana el Mundial y yo me voy quedando sin pasatiempos con lo que engañar el tiempo.
 
Aquí estoy, corresponsal de un periódico que no me gusta en medio de un conflicto del que cada vez quiero saber menos. No sé a qué he venido, no puedo hacer un artículo de opinión ni me puedo permitir un reportaje reflexivo porque me lo van a capar en la redacción. Mi misión es responder a las preguntas desde Madrid con aires de político neutral en un conflicto tan ``complicado´´ que no se puede juzgar, y que ``Israel tiene derecho a defenderse´´. Israel tiene derecho. Israel...
 
En una playa de Gaza se encuentran a estas horas cuatro almas , un poema no escrito y un gol no marcado . No almas como elemento metafísico, sino como entrañas.  Como intestinos, bazos, riñones, dedos de los pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones, errores. Cuatro niños jugaban al fútbol en una playa y al momento siguiente no existían. El ejército israelí decidió decorar el litoral de Gaza con pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones y errores infantiles.
 
Quizás uno de esos niños de la playa de Gaza estaba a punto de marcar un gol en una portería hecha con dos palos. Quizás iba a tirar un penalti con la zurda, como Messi. Y el portero estaba esperando. Nunca habrá desenlace de ese penalti. Nunca ninguno de ellos escribirá un poema.
 
Luc Dupont.
 
 
 
 

lunes, 14 de julio de 2014

GUIJARRO por James Duluth

Quisimos ser el cielo y saboreamos el adiós prematuro. Lamentamos la victoria que nunca será y , aunque perdimos, ganamos. Que nadie me diga que flaqueamos. Espantamos al desaliento con voluntad y un grupo de parias se convirtió en leyenda. Mordimos donde ya no había ni tuétano. Visitamos la última aldea del mundo y preguntamos por Dios y una vieja desdentada dijo que no estaba, que nos llevaba cuatro años de ventaja y nos esperaba con la dorada. Ni falta hace que broten las lágrimas porque jugamos como héroes y el suelo está abonado con valientes sin medalla.¡Aguante la Argentina!. ¡Aguante el Jefecito!. Quisimos ser el cielo y fuimos suelo con todas sus piedras.


James Duluth

sábado, 28 de junio de 2014

GUIJARRO por Piero Galasso

Mi amiga cuenta las olas porque el mar no deja de provocarla con la espuma de su llanto. Cree que si suma todas a una el mar terminará de sufrir y aceptará que la tierra hace tiempo que se preocupa más del viento y la luz que del agua. Se sienta delante de unos pocos guijarros y cada día suma y suma hasta que cae derrotada de sueño y el mar la arrulla con su quejumbrosa forma de hacer las olas.Como si el mar , a ojos de este mundanal humanoide que abajo firma, en su magnificiencia agradeciese el apoyo de la incansable muchacha que apura su energía diaria en entregarle toda su atención al agua en movimiento. Y todos los días la misma rutina. El tiempo, el desatino no existen para mi amiga. ¡Qué locos aquellos que no sufren la desdicha del mar como propia!. Mundanas y aburridas cosas como el dinero y la prisa entorpecen a los señores atribulados en su mirar del mar. ¿Cómo pueden vivir y obviar la dura realidad del ggiante de agua salada?. Mi amiga no comprendía que alguien gastase tiempo en olvidarse del mar o simplemente que contemplase el fin de semana como continente de planes futuros de atención. Es ahora, en este mismo instante, que el mar se queja. Ella no comprendía esa actitud pero no intentaba convencer a nadie de que lo maravilloso del mundo que nos vive es contemplar en repetición continua el devenir del mar. Los locos son los que intentan perder el tiempo yo sólo se lo regalo al mar, decía a quien se lo preguntase. Naturalmente, corrió la voz entre la gente preocupada. No puede ser que una muchacha no coma, no beba y que sólo mire al mar con altruisticos ojos comentaban , en resumen, las gentes que no se enteraban de nada. Locura, enfermedad, suciedad y delito bramaba la gente ignorante mientras que la niña ya había comenzado a urdir un nuevo plan en consonancia con su silente amigo el mar. Conocería nuevos parajes e intentaría llegar al origen del viento y la tierra y uniría para siempre en amistad indisoluble a los 3 elementos aunque los guijarros no le cogiesen en la maleta porque, sencillamente, no tenía. Los guijarros que la sostuvieron durante tantas noches modelando su sueño, dándole forma a su esperanza no la acompañarían. Se quedarían contemplando la espuma del llanto del mar, con la esperanza de que , algún día , la espuma desaparezca y agua, viento y tierra sean uno.




Piero Galasso

martes, 24 de junio de 2014

AEROPUERTO por Luc Dupont

La pantalla de salidas inminentes me seduce con nombres exóticos mientras el billete que nunca utilizaré me invita a sentarme en el 28E de un avión de Ryanair con destino Alicante. Ni siquiera es ventanilla, ni siquiera es pasillo. Es el maldito asiento del medio. ¿Qué pinto yo volando a Alicante embutido entre dos gordos sudando como si no hubiera mañana? Nada. Por eso no cojo ese avión. Por eso no cojo ninguno.

Me compro cualquier billete barato para poder estar aquí, en la antesala de los vuelos, pretendiendo ser un viajero durante unas horas, dejando a mi mente libre por un rato y abandonar esa pegajosa tristeza en la puerta de embarque. Estoy harto de dar explicaciones cuando siempre pito en el control de metales.

-No llevo nada, es mi pegajosa tristeza que me atrapa, Señor.

Hubo una vez, hubo un día en que éramos rock and roll. Hubo un tiempo, delicioso aquél,  en que éramos dos trapecistas entreteniendo a todo personaje que se pusiera por delante. Ser trapecistas sin red fue nuestro delito, mi pecado más mortal. Éramos dos huracanes que hacían girar a todo lo que metíamos en nuestro centro. Dos mariposas en un mundo de hormigas.


El día que la ví pasar por mis narices me encendí como una cerilla a la que frotan contra unos vaqueros gastados. Después,en aquel bar sus ojos me hipnotizaron para siempre, se hizo hechicera de mis pasos y me dio alas para volar por las noches. El primer beso fue una certeza de que nada volvería a ser igual, el primer polvo fue ridículamente mejor que cualquier día de verano de esos de cuando eras pequeño.

Derribamos todas las puertas que nos cerraron en las narices con la tozudez de dos pura sangre desbocados. Lo malo fue nuestro punto suicida. Lo malo fue jugar sin red. Debo reconocer que me dabas miedo. Siempre tenía que rezar para que no te hubieras pasado y volvieras a mí con tu paracaídas. Nunca supiste frenar.

Aquella noche quisiste volar, quisiste dar una pirueta más en el aire, y los dos sabíamos que aquello era demasiado. Una raya de más, y no te pude coger. No esta vez. Te quedaste para siempre en aquel salto mortal, nunca volviste a mis brazos.

Que te den por culo,  Alicante. Me vuelvo a mi nido.


Luc Dupont.

sábado, 21 de junio de 2014

AEROPUERTO por Piero Galasso

Ella sólo quería ser el reflejo de lo que estaba por venir, de ese futuro idealizado que nunca conseguiría y con el que soñaría todos los días de su vida. Imprimía velocidad a su existencia del mismo modo que yo me perdía en explicaciones inertes acerca de la mejor forma de posicionarme en un sofá desvencijado. Digamos que ella era la casa finalizada y yo el agente inmobiliario que magnificaba los acabados de la misma. La vida pasaba a través de ella y era la vida la que aprendía a lidiar con ella. Su fortaleza residía en que no necesitaba de nadie para seguir hacia delante ni coaccionaba a nadie con la ambivalente moneda de la amistad. En aquellas ocasiones en que su coraza se rompía y auxilio pasaba a ser la única palabra en su romo diccionario, me escribía. Lo hacía cuando tenía miedo y su prosa no era tendenciosa ni excesiva. Era cierta, pegajosa y visceral. El miedo la hacía deshacerse de cualquier rubor y me golpeaba en el estómago con aquella suma de palabras voluptuosas que me dejaban al borde de la debilidad, de aquella que me hacía desayunar en un aeropuerto siempre que la echaba de menos. Pero siempre que llegaba el correo, me contenía, esperaba a que fuera de noche y engatusaba la yugular de alguna desprevenida mujer y aplacaba con otro cuerpo mis ansias de volver a verla desnuda destrozando mis tímpanos con los sonidos guturales que hacía cuando llegaba al orgasmo. En la temida mañana siguiente, cuando mi personaje dejaba de tener fuerza y lo hacía huir por la ventana a puntapiés llevando consigo el recuerdo vacío de un cuerpo que no me pertenecía, volvía a mí el recuerdo del correo aullando desde el buzón sabedor de que tarde o temprano, un nuevo recibo de la cafetería del aeropuerto se perdería entre mis facturas sin pagar. Hasta que, simplemente, ese personaje que utilizaba de madrugada pasó a ser referencia y captador de más minutos en el burlesque que sustituye a mi vida desde hace un tiempo. Y el correo seguía llegando y se amontonaba con las demás facturas y pasó a ser eso, una responsabilidad aburrida con la que , por inmaduro, ya no me apetecía lidiar. Y coño, me encontré feliz una mañana viendo en el reflejo de la ventana, el pelo enmarañado de una mujer entre las sabanas mientras que la luz de una mañana de Junio y la música más libre de la chicha sonaba ancestral, dándole a toda la escena una verdad mil veces superior al estertor redundante que exhalaba su último aliento en mi buzón. Es hora de ser el actor principal. Bienvenidos al vodevil.


Piero Galasso

jueves, 24 de abril de 2014

RATÓN por Piero Galasso

La puerta se cerró delante de nosotros y allí nos quedamos quietos Billy Fatso Zimmer y yo. De su boca salieron su frustración e ira vestidas con el uniforme del insulto bien pronunciado. En mi cabeza sólo se repetía  aquella melodía de la cual nunca supe el nombre de su autor ni de la canción en sí . Pero que bien sonaba.
La composición de nuestras caras era singular por antagónica.  El rostro de Bill explotaba. Bajo su piel, su sangre parecía hervir al calor de las palabras que su boca esputaba, al tiempo que sus ojos subían y bajaban en sus cuencas como agua en ebullición otorgando al conjunto un carácter demoníaco.Por el contrario,  mis pupilas se expandían al son de la tonada con la que mi cerebro se divertía mientras que mi boca se mostraba entreabierta otorgándome una expresión de lo más idiota. 
Billy me sacó de la ensoñación agarrándome por el brazo, mascullando soluciones de camino a su Buick convertible del 74. Cuantas veces habíamos ido en ese coche con Daisy y Jacqueline a  emborracharnos a la playa. Recuerdo el olor de aquella tarde  en la que Daisy llevaba el pelo descolocado por el viento y lo que su boca y sus ojos me decían no concordaban. Debido a lo cual, me decidí a escribir mis memorias sobre su piel mientras, en la distancia y divertida, Jackie le llamaba babuino iletrado al bueno de Zimmer. Desafortunadamente, en esta ocasión no había más pellejos en dirección al automóvil aparte del de fatso y el mío.

Después de semanas de búsqueda de la copia de aquel libro de Kerouaq que un día le perteneció, ya ni me molestaba en preguntarle acerca de qué es lo que exactamente se encontraba entre aquellas páginas, pudiera ser un décimo de lotería o algún recuerdo en papel de fuerte valía emocional,  porque siempre me contestaba lo mismo:

La realidad y mi realidad se batieron en un duelo dispar impregnando aquellas páginas de sensaciones propias de un iluminado. Tal es así que no consigo recordar ni una sóla de las palabras que escribí en los márgenes. Me encontraba en una especie de trance, algo divino, celestial. En aquellas letras está el germen de mi próxima novela. Mi deber es encontrar ese libro para comprobar si continuo teniendo talento o si mi genio murió de abulia contemplando la jovial marcha de mis musas a ninguna parte”.

La primera vez que escuché estas palabras he de reconocer que me sentí fascinado por la respuesta y creí entender el motivo por el cual este fantástico escritor no publicaba una novela desde hacía ya casi siete años. Ahora y tras dibujar con mi espalda una nueva forma en el asiento de copiloto del Buick, me sé en la compañía de un hombre loco que incansablemente lucha por encontrar su humanidad en un libro perdido, que quizás haya sido ya quemado o lanzado al mar en una suerte de muerte poética.

A Billy le habían dicho que en aquel lugar alguien tendría la maldita copia y no solamente no la tenían sino que nos mandaron a la mierda sin musicalidad alguna y con el sonido rabioso de la puerta reencontrándose con el marco, nos despidieron. Billy sacó del bolsillo  de su chaqueta una lista donde había escrito los lugares donde podría encontrarse el dichoso libro y ,tachando con rabia la última dirección, pronunció con ímpetu la siguiente 3828 Piermont Drive y ,arrancando su magnífica máquina, salimos a toda velocidad hacia la misma.


Piero Galasso.

miércoles, 23 de abril de 2014

RATÓN por Luc Dupont.

Existe un momento en Londres y en cualquier otra gran ciudad en el que vas sentado en el metro y te das cuenta de que no sabes adònde vas ni qué hora es porque llevas mil días sin parar de correr. Sin parar de sudar rutina. Bienvenido a la burbuja etérea de cemento. En ese preciso momento donde la realidad y la ficción se frotan y se ponen cachondos, mi enorme sonrisa pasa por encima del hombre que tengo sentado enfrente y se refleja en el espejo tintado del metro. Gol de vaselina a la realidad. Tiene mérito después de tanto penalti no pitado por los malditos árbitros de mi existencia.
Ir al trabajo en estado de enajenación mental ayuda a tirar del día y salir al otro lado del río vivo y brillante como una sardina plateada. Cuando vives en tus nubes de colores y te acompañas de todas las criaturas fantásticas de tu imaginación, ningún imbécil puede arañar tu imperio de fantasía sexual. Tus alucinaciones son tan enormes que te puedes fabricar cualquier monstruo perfecto con orden de morder y matar. Que te traiga los cadáveres del día debajo de la cama y hagamos un recuento de las víctimas de nuestra inocencia mientras nos pasamos el domingo haciendo el amor con melodías de hospital  

Todo una mierda y todo genial, todo cambia a cada momento en mi carrusel infantil. Pero me gusta el traqueteo y mientras voy agarrado a mi unicornio de terciopelo dibujo círculos en tus sueños de cemento. No voy a ningún lado pero voy dejando colores y espíritu circense por los pueblos que atravieso. Darse cuenta de que uno no es sobresaliente ni brillante es delicioso si haces de tu exclusiva estupidez comedia y de tu indestructible sonrisa mellada tu escudo anticrisis. Dejemos que nuestros egos se vayan de putas y cuando vuelvan exhaustos los sorprendemos de camino para rajarles las entrañas y llevarnos su corazón de hierro.

Tal vez todo esto venga a que tengo un ratón en casa. Y me jode. ¿Qué hará el ratón de mi casa cuando no estoy? Supongo que lo que todos los ratones, en fin. Bueno, lo que quería decirte es que nosé si esás harto de mí, quiero pedirte tiempo para adaptarme a tu peluda presencia. Perdona mi actitud inicial, todo aquello que te grité no lo sentía, mi voz era presa de prejuicios, ojalá los insultos se olviden más rápido en el mundo de los roedores. No pretendo que seamos amigos ni convivamos, de hecho debo reconocer que tu presencia me incomoda y nosé qué hacer para aceptar el hecho de que compartimos privacidad. Pero la vida a veces es así.

Luc Dupont.