martes, 14 de diciembre de 2010

CALLE por Piero Galasso

Ochocientos cuarenta y uno son los adoquines que componen la acera que tengo enfrente a la ventana de mi salón de estar. Una panadería, dos portales, y una pequeña mercería. La panadería la regenta Mario, su mujer Lola y en ella colaboran los hijos Juan y Luciano. Siempre me despiertan éstos cuando salen a fumar un cigarrillo tras meter la última hornada al horno. Al parecer, la novia de Juan , Sandra, le trae de cabeza y su sutil hermano no cesa en bromear sobre el tema para escarnio del apenado primogénito. El único fin que mueve a Luciano a la afrenta contra su hermano es la autorepresión que se inflige para ocultar una homosexualidad que lucha por extirpar. Su baza es reirse de una posible desgracia ajena para no contemplarse a sí mismo como un pobre diablo infiel a sus propios deseos. El establecimiento abre a las 7:30 en punto cada mañana. A las 7:55 la dueña de la mercería, la señora Natividad, acude a comprar su brioche y su media chapata para el almuerzo y posterior comida. Es una señora a medio camino entre la escatología y el recuerdo de una belleza atemporal que poco a poco pierde tal condición. Su mirada eclipsa el movimiento y sus finos ademanes provocan indecentes proposiciones entre los caballeros que se descubren ante ella. Se antoja cuanto menos extraña la ingente afluencia de caballeros a un establecimiento de venta de botones, cremalleras y demás remiendos al por menor. Contemplo ante mí la mercería más pujante de todo Madrid , aún sin perder ni un ápice de la autenticidad de un pequeño comercio. La loable señora que la dirige no quiere medrar. Sus hijos , enfermos de fiebre de oro, emigraron allende los mares para forjarse un porvenir baldeando ríos. De cuando en vez , llegan misivas que relatan las magnificencias de un lugar llamado California y las alegrías que les provoca un líquido negro llamado petróleo. Por extraño que parezca, la tinta que en las Américas utilizan tiene una textura diferente a la que aquí empleamos y , más deplorable aún, tiene un hediondo olor que perdura por días en la pequeña mercería para escándalo de las clientas. No así para con los señores, dado que no es de caballero respetable el quejarse por tal insignificancia cuando uno está congelado en el tiempo debido al mirar de una antigua reina de la belleza. La visitan mucho los señores que habitan las diversas viviendas ubicadas tras las puertas de los dos portales. Cuentan con los números 75 y 77. Tan sólo hay cuatro viviendas por portal en las que habitan: Los matrimonios Rocasolano Pérez, García Rodeño, Torrezno Peláez, Barílez Andrade e Infante Aragón. Además de la bailarina Sandra Delón, el violinista francés Pascal Bresteau y el escritor deslenguado Rodrigo Ruipérez de Llanos. La relación entre ellos se sujeta por la cortesía y la educación y sólo ampara un único punto en común, que no es otro que un odio cavernario hacia el famélico juntaletras. Dicho individuo se hizo colocar el de delante de Llanos para aparentar ser poseedor de rango abolengo cuando no es más que un truhán que obtuvo un sucedáneo de éxito en los teatros con un par de aceptables sainetes y malvive engañando a unas cuantas actrices que embelesa con su verbo endemoniado e ingrávido.
Los señores que beben de las mieles del lupanar Matrimonio otorgan gracia a sus vidas incomodando a Doña Natividad con abominables confesiones . De estas proposiciones ella toma partido ofreciendo botones en lugar de calabazas pero que ostentan el mismo significado. Las señoras compran por necesidad en el lugar donde sus maridos lo hacen por una gula irreal que no les provoca más que una comunitaria y dolorosas desazón. El peor parado fue Alonso Rocasolano Díaz quien al no conseguir los favores de Doña Natividad la amenazó con cortarse el pulgar de la mano izquierda. Ahora conoce de la importancia del dominio del pulgar para los seres humanos y la extraña al cincuenta por ciento. Los vecinos todavía recuerdan al pobre infeliz tras tan triste pérdida aullar de dolor y recibir los desaforados bolsazos de su señora esposa.

El bullicio de la calle Desquite les ha sido transmitido por un lisiado de nombre Arturo Lombardo Cuíña, natural de Muros, y el considerar invención o realidad esta prosa que aquí descansa depende única y exclusivamente de ustedes.


Piero Galasso

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