Dijo Tim Burton que , de crío, se dedicaba a realizar falsos aterrizajes de aliénigenas. Colocaba escombros de cierta manera y simulaba pisadas marcianas para espantar a los niños de su vecindario. Tras escuchar esto reflexioné por un instante sobre la candidez infantil que permite al infante creer en todo aquello que se le diga con un ápice de expresividad. Es estúpido y delicioso al mismo tiempo y cuando eso desaparece, bienvenida es la nostalgia En el mismo documental se trataba la relación de amistad entre el ínclito Burton y Johnny Depp. Según sus palabras, los dos parecían ser los únicos espectadores que tuvo la única cinta de ciencia ficción en la que participó Bogart. Una asistente de cámara que participó en la película Charlie y la fábrica de chocolate tenía que darle un aviso al director cuando éste se encontraba disertando con el actor. Una vez que se acercó, tuvo que esperar 10 minutos mientras ellos seguían con su coloquio. Al pasar el tiempo y ver que los dos interlocutores no ponían fin al coloquio y para sorpresa de ambos, la muchacha soltó entre gritos un improperio acompañado del mensaje pertinente. La chica se excusó minutos más tarde alegando que la conversación que tuvo que atender sin quererlo era ininteligible, que ambos estaban mirándose fijamente dirigiéndose infinidad de vocablos impronunciables y sin ningún significado para ella ni para cualquier filólogo de la lengua inglesa. Quiero pensar que ese escenario fue provocado por un determinado sentido del humor marxiano inalcanzable para esa pobre chica.
Al ver unas cuantas películas de Burton es obvio fijarse en los elementos que le han atormentado y maravillado al mismo tiempo. El color blanco, la infancia, la delgadez, los musicales, las cabezas de talla desorbitada y las sonrisas. En todas y cada una de sus filmes se ve un personaje sonriendo de oreja a oreja y siempre como residuo de una proposición ambigua hacia otro personaje. Una vez llegada a esta conclusión, toda película que filme este director irá directamente a la basura sin pasar por la sala del visionado dado que nunca volveré a encontrarme con una raspa como aquella.
¡Qué pescado el de aquel día!
Toda vez que decidimos terminar con un factor de nuestro tiempo que ejercía una potente atención sobre nosotros, se nos aparace una delicada sensación de vacío que es necesario llenar. Es lo mismo que cuando un artista que todavía admiramos muere. Como dijo Cortázar, una parte de nosotros muere con él. En su tiempo, él perdió a un tipo como Picasso y yo llevo escritas más de 30 líneas sobre Tim Burton. Al menos, cuando la muerte venga a visitarme, espero estar durmiendo esa noche con los zapatos puestos a ver si salto unas cuantas vallas antes de la meta.
Piero Galasso
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