-¿Qué quieres ser de mayor, Arturo?
-¡Catatonia! ¡Catatonia!
-¿Qué dices chaval?
-¡Catatonia!
Aquél era el quinto psicólogo que le habían asignado al niño después de haber entrado en ese estado que los médicos denominaban como ``estado catatónico´´. La catatonia no es una enfermedad en sí misma sino un síndrome debido a múltiples causas. Los doctores calmaban a los padres con la frase de siempre: ``No se preocupen, no se preocupen. Existen dos tipos de catatonia: una forma benigna y una forma maligna de elevada mortalidad que se manifiesta en fases de excitación y de estupor llamada catatonia letal de Stauder, y con síntomas similares a los del síndrome neuroléptico maligno. No se preocupen, no se preocupen, la catatonia letal de Stauder tiene un 1% de posibilidades de aparecer.´´
Con aquellas patrañas querían convencer a los padres de que todo aquello de la catatonia se iba a quedar en nada. Lo peor era cuando se les ocurría preguntar: ``¿Y si tuviera la catatonia de Stauder?´´.-``No se preocupen, la catatonia letal de Stauder sólo tiene un 1% de posibilidades de aparecer´´
Arturito había sido hasta el primer ataque de catatonia el niño más feliz del mundo; sus ojos brillaban con una luz de esas que hace incrementar el precio del megavatio y dispara las cuentas de la gente sin cartera. Su sonrisa era una generadora de burbujas más de champagne (por aquel entonces renegaba del cava) que inmobiliarias. Su único techo eran los límites físicos de las leyes que hasta entonces no se atrevía a mancillar. Su educación religiosa, su miedo a pecar y su halo de santo le iban llevando a un camino practicamente monacal. Desde muy pronto sobresalió su dominio de las lenguas, ya que, además de dominar a la perfección sus nativos catalán y castellano, hablaba francés en la intimidad y practicaba el italiano con su tío Giorgio Pugioli de Palermo, Sicilia.
Pero aquella dorada infancia se rompió un lunes por la tarde, cuando se dan las galas de Gran Hermano y las malas noticias.
-Arturito, tu padre se va a vivir un tiempo fuera pero lo podrás seguir viendo cuando quieras.
Arturo se quedó bloqueado. Tan bloqueado que se le olvidaron todos aquellos idiomas que se le iban metiendo en la cabeza; toda aquella riqueza de palabras se esfumó para dejar solo hueco a una:
-!CATATONIA!
Luc Dupont
martes, 30 de septiembre de 2014
sábado, 13 de septiembre de 2014
CARDO por Piero Galasso
Es una frase que tuve en mis manos, seguramente, millones de veces. Evidentemente, sin tener la más mínima idea hasta que el otro día ,de casualidad, leí en el canto de una moneda un lema en latín que me maravilló como sólo lo hacen las lenguas muertas que a nadie importan ya: NEMO ME IMPUNE LACESSIT*. Días y días sustrayendo vida de las entrañas de Inglaterra y me doy cuenta, ya en el exilio, de la gran locución que adorna muchas monedas de una libra. Es eso que ocurre muchas veces en la vida, contemplamos lo principal y estos detalles gloriosos de la numismática se nos escapan y viven ocultos al amparo de nuestro desinterés. Más aún, indagando un poco en el origen del lema, me fascina que el grito de un danés tras pisar un cardo generara que los escoceses se percataran de su presencia y atacaran con premura a los invasores , derrotándolos. De ahí que el cardo aparezca en la simbología del pais y esas cuatro palabras en latín demuestren la bravura de un pueblo.
Como buen supersticioso, otorgo a ciertos objetos el poder de cambiar mi dicha y ,ahora, el de mayor poder es precisamente una moneda de una libra que llevo en mi cartera desde el año 2010. La moneda no es distinta de tantas otras que pasaron momentáneamente por mis manos antes de convertirse en cerveza pero , indudablemente, su valor es enorme dado que su último poseedor fue el escritor Nick Hornby.
Entre 2006 y 2010 trabajé en una librería en el Soho londinense, en el 25 de la Old Compton street ,mientras intentaba hacerme un nombre como escritor. Allí vendía pequeños relatos a los clientes habituales lo que me permitía comprar mis paquetes de Mrlboro engrandeciendo esa relación fantástica entre el tabaco e Inglaterra sufragada por los miserables que aún somos adictos al humo. El trabajo en una librería no difiere del de cualquier establecimiento de venta al público: colocar las unidades, hacer inventario, ofrecer un buen trato al cliente e higiene personal. Lo básico. Pero esa librería estaba en el Soho de Londres, que es algo que ya comenté y recalco dado lo variopinto del emplazamiento.
La Old Compton street es una calle donde predominan los sex shops, las putas, los maricones y la extravagancia. Y esa mezcla se nota en la clientela. Todavía recuerdo aquella muchacha rusa que estuvo hablando durante una hora sobre los cuentos del Don y nos convirtió a empleados, dueño y clientes del local en escuchantes de una conferencia hiperbólica sobre la literatura rusa. Una chica culta fuertemente dotada para la oratoria y en Londres, por lo que sea, malvive comiendo pollas.
Las charlas sobre cualquier autor se sucedían día a día y yo me maravillaba de formar parte de un cocktail intelectual enardecedor aunque fuera sólo de forma presencial. Un día ,mientras comentaba a grosso modo paradojas en la escritura de Benedetti y le explicaba a un iraní que significaba la terrible expresión "tomar las de Villadiego", entró en nuestro pequeño mundo un tipo calvo y rechoncho que se parecía a Hornby. En un principio, continuamos como si nada dado que la imagen de un tipo calvo, rechoncho y colorado es el símil británico de los niños del maiz. Fotocopias. Pero este tipo tenía la mirada ácida de los que saben de que va el juego. Era Nick Hornby, era él. Mientras acercaba Urugay a Irán, estaba pendiente del movimiento del gordo por la tienda. Jugueteó por el pasillo de los clásicos, buceó en lo contemporáneo y para mi puta sorpresa, se detuvo delante de mis relatos. Mis relatos no estaban encuadernados ni tan siquiera me preocupaba de darles buena presencia. Simplemente eran folios escritos a máquina, dotado cada uno de un relato corto, apilados bajo el cartel TAKE A ONE POUND NAPKIN IF YOU NEED TO SNEEZE ON A SWEET LITTLE STORY*. A Hornby le hizo gracia el reclamo y tomó 11 folios y se dirigió a caja. Allí me pagó con un billete de diez libras y me dió una moneda de una libra que atesoro como buen mitómano. Y es que no sé si realmente los leyó o recogió con ellos la mierda de su perro pero he de decir que me olvidé de Uruguay por un momento y desde aquel puro momento, el primer y genuino adoquín de mi camino fue colocado.
* Nadie me ofende impunemente.
* Tome una servilleta de a libra si necesita estornudar en una pequeña dulce historia.
Piero Galasso
Como buen supersticioso, otorgo a ciertos objetos el poder de cambiar mi dicha y ,ahora, el de mayor poder es precisamente una moneda de una libra que llevo en mi cartera desde el año 2010. La moneda no es distinta de tantas otras que pasaron momentáneamente por mis manos antes de convertirse en cerveza pero , indudablemente, su valor es enorme dado que su último poseedor fue el escritor Nick Hornby.
Entre 2006 y 2010 trabajé en una librería en el Soho londinense, en el 25 de la Old Compton street ,mientras intentaba hacerme un nombre como escritor. Allí vendía pequeños relatos a los clientes habituales lo que me permitía comprar mis paquetes de Mrlboro engrandeciendo esa relación fantástica entre el tabaco e Inglaterra sufragada por los miserables que aún somos adictos al humo. El trabajo en una librería no difiere del de cualquier establecimiento de venta al público: colocar las unidades, hacer inventario, ofrecer un buen trato al cliente e higiene personal. Lo básico. Pero esa librería estaba en el Soho de Londres, que es algo que ya comenté y recalco dado lo variopinto del emplazamiento.
La Old Compton street es una calle donde predominan los sex shops, las putas, los maricones y la extravagancia. Y esa mezcla se nota en la clientela. Todavía recuerdo aquella muchacha rusa que estuvo hablando durante una hora sobre los cuentos del Don y nos convirtió a empleados, dueño y clientes del local en escuchantes de una conferencia hiperbólica sobre la literatura rusa. Una chica culta fuertemente dotada para la oratoria y en Londres, por lo que sea, malvive comiendo pollas.
Las charlas sobre cualquier autor se sucedían día a día y yo me maravillaba de formar parte de un cocktail intelectual enardecedor aunque fuera sólo de forma presencial. Un día ,mientras comentaba a grosso modo paradojas en la escritura de Benedetti y le explicaba a un iraní que significaba la terrible expresión "tomar las de Villadiego", entró en nuestro pequeño mundo un tipo calvo y rechoncho que se parecía a Hornby. En un principio, continuamos como si nada dado que la imagen de un tipo calvo, rechoncho y colorado es el símil británico de los niños del maiz. Fotocopias. Pero este tipo tenía la mirada ácida de los que saben de que va el juego. Era Nick Hornby, era él. Mientras acercaba Urugay a Irán, estaba pendiente del movimiento del gordo por la tienda. Jugueteó por el pasillo de los clásicos, buceó en lo contemporáneo y para mi puta sorpresa, se detuvo delante de mis relatos. Mis relatos no estaban encuadernados ni tan siquiera me preocupaba de darles buena presencia. Simplemente eran folios escritos a máquina, dotado cada uno de un relato corto, apilados bajo el cartel TAKE A ONE POUND NAPKIN IF YOU NEED TO SNEEZE ON A SWEET LITTLE STORY*. A Hornby le hizo gracia el reclamo y tomó 11 folios y se dirigió a caja. Allí me pagó con un billete de diez libras y me dió una moneda de una libra que atesoro como buen mitómano. Y es que no sé si realmente los leyó o recogió con ellos la mierda de su perro pero he de decir que me olvidé de Uruguay por un momento y desde aquel puro momento, el primer y genuino adoquín de mi camino fue colocado.
* Nadie me ofende impunemente.
* Tome una servilleta de a libra si necesita estornudar en una pequeña dulce historia.
Piero Galasso
martes, 9 de septiembre de 2014
CUADRILÁTERO por James Duluth
Caminaba por Roma y se sentía prisionero de la vida de otras personas. Conocía tal cantidad de seres humanos que ya lo único que le llenaba el espíritu era caminar la ciudad por la noche , en soledad. Fumando mil cigarrillos y dejando su particular estela de humo y tos ferina. Roma y sus palacios. Camino. Continua y revoltosa Roma. Cuando la disfrutaba la odiaba pero sabedor de su condición de reo del imperio, se lamentaba y se sentía como Batistuta. Y es que a Batistuta, un tipo nacido en la ciudad de Reconquista, no le gustaba el fútbol. Ese pelotudo era la máxima expresión del oportunismo balompédico dotado de un talento descomunal y resulta que odiaba su profesión. Aquel hombre que gritaba locuras en un recio italiano a la afición de la Lazio tras marcar un gol con la Roma no podía ser un intérprete. Exudaba emoción y rabia cuando el balón bailaba con la red. Y eso no hay actor que consiga fingirlo. Ni Brando del que decían que consiguió demostrar muerte mostrando un rostro impertérrito cuando le dijeron que Sonny había sido acribillado sería capaz de no demostrar pasión delante de la turba tras un lance del juego favorable. Aunque Batistuta jure y perjure que el fútbol le arruinó el cuerpo y casi lo deja cojo y lo detestaba desde chico no pudo haber fingido como puta de burdel de tercera. Al pedo Gabriel, al pedo.
Y nuestro caminante se sentía a veces como Batistuta pero en muchas otras ocasiones era ese ser humano que amaba a Roma. De ahí esos encuentros silenciosos y nocturnos con la amada, como los adolescentes que se aman prometiéndose futuro con los dedos cruzados en la espalda. Él y la ciudad eran uno en la noche y el hombre no conseguía dormir tras su paseo nocturno porque todas las noches se preguntaba que estaría ocurriendo en la ciudad en ese mismo momento que el se disponía a desaparecer por unas horas. Y Roma parecía burlarse de él con un nuevo e interminable amanecer.
viernes, 29 de agosto de 2014
CUADRILÁTERO por Luc Dupont.
Giancarlo
Tiburte nació en Calabria. Calabria es la parte dura de Italia;
Giancarlo, el tío más duro de Calabria.
Con
10 años, mientras engullía gnocchi alla calabrese en el restaurante
La Rose dei Venti del centro de Reggio, vio a una rata que a sus pies
se comía un buen trozo de parmigiano reggiano. Sin decirle nada a su
mamma, que compartía mesa con él, cogió a la rata del rabo y la
levantó hasta el plato de comida. El grito de su madre al ver la rata alertó a
los demás comensales, y se formó un jaleo en el restaurante. El
niño, absorto en su tarea, posó la rata en la mesa mientras la
seguía sosteniendo por el rabo, y comenzó a darle golpes secos con
su mano. Bum. La rata grita. Bum. La rata muere. Bum. La camiseta de
Giancarlo llena de sangre de rata.
Mientras los chavales de su edad
comenzaron a salir con las chicas ( porque cortejarlas ya las
cortejaban desde los dos años como buenos italianos), Giancarlo se
aburría. Le gustaban las mujeres, sí, pero todo aquel
engominamiento, todas aquellas maneras, posturas y frases que había
que hacer o decir para llevarse a una chica a la cama le aburrían,
le parecía una pérdida de tiempo. Su padre, con mejor o peor ojo,
observó la incipiente personalidad de su hijo y creyó que sería
imposible cambiarlo. Por ello, llevó al Giancarlo de 14 años a dos
lugares que marcarían su vida. El primero, un club donde Giancarlo
se hizo a una mulata de inmensas caderas que le sacaba veinte años. Bum. Bum. Bum. Se corrió en cuatro minutos y al quinto ya estaba
fuera esperando por su padre, que sospechosamente tardó en aparecer
en la entrada del club.
El segundo y más importante lugar al que lo
llevó su padre fue al gimnasio Martellotto. Su padre lo dejó en
manos de Eduardo Martellotto, entrenador de boxeo de barrio. Cuando lo vio por primera vez,
Martellotto se cogió la barriga con las dos manos, se mesó el
bigote, y dijo que poco podría hacer con aquel "puto
spaguetti". En aquel mismo momento, el spaguetti hundió su puño
en la barriga de Martellotto con una furia semejante a la de Rino Gaetano cantándole a Calabria. El gordo Martellotto recapacitó desde el suelo y dijo que entrenaría a aquel hijo de puta.
23 de Diciembre de 1980. En Chicago se celebra un combate benéfico. Jack Duprier contra un cualquiera. Se han ido cayendo posibles contrincantes de la lista debido a que nadie quiere ser humillado por Duprier, ni siquiera en un paripé de pelea navideña. Duprier se ha hecho un nombre a base de noquear a todo el que se le ha puesto por delante con su demoledor gancho de izquierda. Se habla de él como el enésimo sucesor de Alí.
A las nueve de la noche sube al ring Duprier para saludar a su oponente, del que ni siquiera conoce el nombre. En el momento de chocarse los guantes previo a la pelea, Duprier le dice a su adversario que parece un spaguetti. Giancarlo Tiburte asiente con la cabeza y se va a su rincón del cuadrilátero para comenzar la masacre.
Bum. Crochet a la mandíbula. Bum. Gancho directo al mentón. Bum. El cuerpo de Giancarlo lleno de sangre de Dupier.
Luc Dupont.
sábado, 23 de agosto de 2014
CUADRILÁTERO por Piero Galasso
Ensangrentado, cual querubín desnudo protagonista de una fuente de la cual brotaba su propia sangre, el púgil novato Jack Duprier intentaba como podía no perder el conocimiento. Había sido convencido para participar en una pelea benéfica en el gimnasio Ackendale´s Home de la calle Everfrost y el resultado final no cuadraba con la idea preconcebida que tenía de tal evento. Su oponente sería Giancarlo Tiburte , un puto spaghetti del que se decía que no sabía ni hablar inglés pero tenía un gancho de derechas demoledor. Pero Jack tenía una confianza desorbitada en sus cualidades. En su gimnasio era el número uno y los sparrings comenzaban a escasear porque ya nadie quería recibir aquellos golpes primorosos que salían como rayos de su tronco. Entonces ¿cómo no aceptar pelear gratis a cambio de una porción de las ganancias en las apuestas?. Para cuando la campana sonó, el muchacho conoció de golpe a su majestad la bella mala ostia de la vieja Europa en todo su esplendor. El italiano parecía que llevase una eternidad de esclavo y asesinar a golpes a ese envalentonado chico negro fuese su carta de libertad. Jack Se sintió como cuando Ali dejó hacer a Foreman en el célebre Rope a Dope. Resistía los golpes casi sin defensa fatigando al esmerado Foreman que creía tener a Clay devastado y ,pobre iluso, nada más alejado de la realidad. El campeón estaba jugando con él. De cuando en vez, se abrazaba al aspirante escupiéndole rabia en las orejas. Soy mejor que tú, le diría con inquina o le llamaría nenaza. Los golpes se sucedían y Ali jugaba a ser el creador de su farsa preferida. Cuando vió al percutor lo suficientemente cansado, abrió la veda y los golpes caníbales se sucedieron como cuando se abre una presa y el agua parece arrasar con todo. La negrura sobrevino al ímpetu de Foreman con la derrota más desvergonzada conocida en el boxeo a ese nivel. Ali ganaba de nuevo, el arrogante hijo de puta se llevaría la gloria de la forma más humillante para el aspirante. El juego tenía un dueño y colocaba el tablero donde y cuando quería. La mayor virtud del Ali joven no era ni su juego de pies, ni el largo de sus brazos o de su pecho sino su inteligencia. Era tan listo que inventó al campeón humilde y arrogante a la vez.Los oponentes al escuchar sus brabuconadas previas al combate se desplazaban por el ring cegados de ira, bailando las notas que el número uno silbaba. Un genio que no supo parar a tiempo. Pero la historia de este hijo de carnicero y costurera llamado Jack Duprier fue totalmente a la inversa. Tiburte asestaba golpe tras golpe a cada cual más certero y violento y jamás se fatigaba y parecía pintar las cuerdas del cuadrilátero con la tinta roja que emanaba de la cabeza de su contrincante. Y ahí, a escasos segundos de la detonación de su cerebro, Jack se percató de que el talento se mide en distancias largas y no en palabras huecas.
Piero Galasso
Piero Galasso
lunes, 21 de julio de 2014
GUIJARRO por Luc Dupont
Tremenda agonía, tremenda tensión. Mi cabeza se convirtió en balón y mis sueños volaron redondos hacia la portería. El fútbol, la más dulce de las mentiras, me permitió aparcarme por un instante.
Como todas las mentiras, pronto se expira, y el Mundial se acaba como se me acaban todas las coartadas y todas las pastillas de mi insuficiente botiquín de supervivencia. Mis ganas se derrumban al oír el zumbido en mi habitación 214 de un hotel de Jerusalén. El zumbido se me mete por los oídos y me recorre el cuerpo como una espiral eléctrica que duele, que me rompe los nervios y el alma. Me tengo que tirar al suelo y esforzarme en cada respiración. Cada partícula de aire que entra en mi cuerpo me duele, todo tiembla y la habitación parece girar y meterme en un huracán sin rumbo. Como mi mundo. Como el mundo.
Hace poco más de una semana, me enroscaba en el sofá del Waldorf Astoria de Jerusalén y Argentina y Alemania peleaban para mí en la pantalla gigante. Era la venda perfecta para mis ojos y mis sentidos. El deseo infinito de Mascherano y la eterna espera para que Messi invente algo inimaginable me acogieron durante dos largas horas. Después, el despertar. Alemania gana el Mundial y yo me voy quedando sin pasatiempos con lo que engañar el tiempo.
Aquí estoy, corresponsal de un periódico que no me gusta en medio de un conflicto del que cada vez quiero saber menos. No sé a qué he venido, no puedo hacer un artículo de opinión ni me puedo permitir un reportaje reflexivo porque me lo van a capar en la redacción. Mi misión es responder a las preguntas desde Madrid con aires de político neutral en un conflicto tan ``complicado´´ que no se puede juzgar, y que ``Israel tiene derecho a defenderse´´. Israel tiene derecho. Israel...
En una playa de Gaza se encuentran a estas horas cuatro almas , un poema no escrito y un gol no marcado . No almas como elemento metafísico, sino como entrañas. Como intestinos, bazos, riñones, dedos de los pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones, errores. Cuatro niños jugaban al fútbol en una playa y al momento siguiente no existían. El ejército israelí decidió decorar el litoral de Gaza con pies, ojos, manos, deseos, sueños, religiones y errores infantiles.
Quizás uno de esos niños de la playa de Gaza estaba a punto de marcar un gol en una portería hecha con dos palos. Quizás iba a tirar un penalti con la zurda, como Messi. Y el portero estaba esperando. Nunca habrá desenlace de ese penalti. Nunca ninguno de ellos escribirá un poema.
Luc Dupont.
lunes, 14 de julio de 2014
GUIJARRO por James Duluth
Quisimos ser el cielo y saboreamos el adiós prematuro. Lamentamos la victoria que nunca será y , aunque perdimos, ganamos. Que nadie me diga que flaqueamos. Espantamos al desaliento con voluntad y un grupo de parias se convirtió en leyenda. Mordimos donde ya no había ni tuétano. Visitamos la última aldea del mundo y preguntamos por Dios y una vieja desdentada dijo que no estaba, que nos llevaba cuatro años de ventaja y nos esperaba con la dorada. Ni falta hace que broten las lágrimas porque jugamos como héroes y el suelo está abonado con valientes sin medalla.¡Aguante la Argentina!. ¡Aguante el Jefecito!. Quisimos ser el cielo y fuimos suelo con todas sus piedras.
James Duluth
James Duluth
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