jueves, 11 de noviembre de 2010

LLUVIA por Luc Dupont

Hay una lluvia que moja a los viandantes. Hay una molesta y repetitiva lluvia que llena de charcos los vacíos y estropea los zapatos hechos para caminar. Maldita lluvia. Ayer me gustabas, me enamoré de tu oscuridad, de tu capacidad para llenar el día de melancolía, detener el tiempo y crear un espacio irreal donde los colores no cambian, sólo existe el dulce gris impersonal que nos permite confundirnos en las calles y esconder nuestra mediocridad personal e intermitente. Todos somos uno, el mismo individuo normal y aburrido, ocupado con un millón de citas ineludibles a las que acudir más veloz que un rayo. Si alguien nos fotografiase hoy desde un tejado, el objetivo del sujeto captaría una danza de paraguas y zapatos; sin caras ni expresión. Una instantánea perfecta para la próxima exposición de Nueva York, tan perfecta e impersonal, lo más cool del momento, oye.
Pero hoy no me trago estas gotas insípidas que llegan a mi boca cada vez que bostezo. Puto paraguas, aquí nos separamos. Hundo mis pies en el charco más asqueroso y me quedo mirando hacia el cielo, a ver si el magnífico Dios de las tinieblas se enerva y me castiga con un festival de tormentas. A mí no me engañas, pequeño dictador, esto no es lo mejor que puedes hacer. Te has vuelto un aburrido, mójame de verdad, haz que este agua traspase mi piel y no pueda volver a ser el mismo. Desde que Júpiter se fue con su poderoso rayo a los infiernos no ocurre nada interesante, sólo lloviznas insulsas; los viejos graznan que esto ya no es lo que eera. Y tienen toda la razón, señores. Si yo fuese Noe habría vendido las mejores maderas de mi barcaza y me hubiese oxidado entre whiskies y putas.
Yo no soy Noe y debo admitir que me he pasado tardes viendo la lluvia desde mi ventanaa, alejado del mundo, separado por mi muro de complejos y soberbia, anhelando que el pasado volviese a llamar a mi puerta; que mis sueños infantiles se convirtiesen en una fábula interminable. Pero sentado en mi silla mis huesos no temblaron, ese suave goteo incesante no bastó para convencerme de que la desidia es una forma de vida. Sólo me acomodé en mi propia aussencia y me permití no aspirar a más. No soñar, no sufrir.
Mi silla se rompió y tuve que levantarme. Recuperé mi chubasquero y me adentré por uno de esos callejones que sólo existen en mi imaginación. El agua me encogió y me hizo diminuto; tuve que luchar con mi inexistente fuerza para evitar que las enormes pisadas me aplastasen. Los charcos se tornaron lagos. Y me encontré con cientos de seres diminutos deslomándose por sobrevivir; por no ahogarse en el anonimato. Encontré en los ojos de esos luchadores enanos la dignidad que nunca pude hallar en esas tardes de ventanas huecas. El espejo que buscaba para encontrarme resultó estar en las pupilas de esas personas débiles como yo, frágiles pero valientes; conscientes de que las plazas, las esquinas y todas las ciudades del mundo nos pertenecen, que somos los reyes de nuestro destino por mucho que tú persistas en embadurnarlo todo de barro y hacernos creer que no hay nada que podamos hacer.

Luc Dupont

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