miércoles, 12 de mayo de 2010

VENTANA por Piero Galasso

Sucedió sin más. No era un día particularmente especial para Robert. Se disponía a zambullirse en su rutina sin saber que, una hora más tarde , su figura gozaría de una popularidad que, lamentablemente, el nunca pidió. A las 7:40 am, tomó su café ,sólo con unas gotas de edulcorante líquido, en el Starbucks que hace esquina , la novena con la quinta, y se dirigió a su lugar de trabajo con puntualidad. Si un individuo quiere prosperar en la vida, debe ser puntual. El orden rige el progreso a pesar de que la casualidad y la causalidad se empeñen en acortarle el camino a personas no merecedoras de tal presente. 7:50 am. Robert, todavía con legañas a ambos lados de la nariz, fichó como de costumbre a la misma hora tras saludar a Nelson, el pizpireto recepcionista de la planta 50. El ambiente en el trabajo era el de todos los días laborales. Filas y columnas de mesas todas con un ordenador, un/una señor/señora y multitud de tareas pendientes por hacer. Comienza otra dura jornada, se dijo Robert. Algo extraño percibió una vez hubo colocado su trasero en su asiento. Un olor desconocido jugueteaba con su nariz sin conseguir adivinar cual era. No era un olor repugnante, era incluso agradable para el olfato. No conseguía distinguir ese olor ni su origen o procedencia. Dos segundos después de percibir ese nuevo perfume, sus tímpanos explotaron. En igual situación quedó todo el personal de su planta. Entre el delirio , la locura y la anarquía general provocadas por el estruendo y la consiguiente sordera colectiva, Robert permaneció inmóvil en su silla. A los hombres se les reconoce por su reacción ante los hechos de capital importancia en sus vidas, y Robert se quedó allí sentado. Trataban de tirar de él, veía bocas que intentaban gritarle palabras, de apuro y prisa seguramente, los montones de papel se desparramaban por el suelo dando un nuevo aspecto a la moqueta, sentía el desconcierto popular y Robert allí seguía inmutable. Su rictus no era capaz de expresar nada que recordase al Robert niño. Simplemente, Robert ya no era Robert. Comprendió que era el día de su final, que algo de terribles consecuencias acababa de suceder y que no había escapatoria. Lentamente, se irguió y tomó la dirección opuesta a la que tomaban todos sus compañeros. Se dirigió al ventanal, quería deleitarse la vista por última vez. Cantidad de sinónimos de la palabra hermoso corretearon por el interior de su cerebro. Tras un hondo suspiro, arrastró una silla y la colocó bajo la ventana. Sujetó con firmeza la manilla y permitió que la brisa le acariciase las mejillas, las cuales enrojecieron. Sin pensarlo, se precipitó al vacío. Conforme caía , aquel misterioso olor reaparecía en sus conductos nasales. Que curioso, era el olor del miedo.


Piero Galasso

No hay comentarios:

Publicar un comentario