Me despierto en un pastizal al oeste de Kansas, completamente desnudo. Los dolores que sufro en mi cabeza me hacen preguntarme qué diablos pasó anoche, es como si tuviera un francés dentro de mi cabeza cantando la marsellesa una y otra vez. Las únicas pertenencias que encuentro a mi alrededor son un bolígrafo con restos de carmín, una botella de escocés mediada, un teléfono móvil destrozado y un pasaporte de un tal, veamos, de un tal John Goodman. ¡Estupendo, no tengo cigarrillos!nunca están cerca cuando se les necesita de verdad a esos blancos y espigados de mierda. El tipo en cuestión parece de New York , 46 años y es curioso el apellido en un tiempo donde las únicas buenas personas que existen son esas que están criando malvas. De todas formas, eso no debería preocuparme dado que debería cubrirme e intentar saber donde están Cindy y los demás y por qué demonios me encuentro sólo y lo que es aún peor, sin bolsillos donde meter mis extrañas pertenencias. Antes de levantarme y mostrarme al mundo he de recapacitar sobre la noche de ayer e intentar hallar puntos concretos que unifiquen mis recuerdos. Aunque será tan díficil como hablar de música o bailar sobre arquitectura como decía el bueno de Zappa... en realidad no tengo ni la más mínima idea si era un gran tipo o si era un cabrón que defecaba en las geranios de su vecino pero ya se sabe, es lo que se suele decir, ¿no? Al reflexionar sobre Zappa me viene a la mente una transacción económica que hice la tarde pasada. Nos encontrábamos Joe “Goose” Richmond, Louis “ Swinging” Apeltap y yo en el desvencijado Cadillac de Goose esperando a Cindy que se encontraba en casa de sus tías Mary y Wendy implorando un puñado de dólares para pagar sus clases de violín. Lo que ellas no sabían es que, esa tarde, las clases de violín iban a ser en el bosque alrededor de un magnífica cesta de Peyote recién traído de Tijuana. Una vez hubo logrado su propósito, nos dirigimos risueños a la licorería de Bruce Sullivan, ese malnacido huraño judío adorador de los verdes de cien, a comprar escocés y cigarrillos en abundancia. Una vez en el bosque y tras haber dado buena cuenta del escocés decidimos hacer lo que Jim Morrison hizo con 3 amigos en el desierto. Cindy dijo que el sabor era repugnante y Apeltap lo corroboró con gestos de indigestión fingida para escarnio de todos. Aún así terminamos el banquete entre risas y escocés y nos tumbamos sobre la hierba esperando que nos provocara el ansiado efecto, y vaya si lo hizo...:
“ Me encuentro en un paraje violáceo cubierto de materiales viscosos que no acierto a entender. No hay cielo ni tierra , todo forma parte de un uno delirante que no me permite cerrar la boca, eso si todavía la conservo. El aire roza mi cuerpo como si de un enorme trozo de tela brillante se tratase. Extrañas criaturas corretean a mi alrededor y me dicen que vaya con ellas a su hogar. Por el camino veo que la tierra se eleva y se esconde y de los arboles y arbustos surgen las cabezas de todos los presidentes que hubo desde que se creó nuestra democracia. Me río y escucho mi carcajada como a cincuenta metros detrás de mí persiguiéndome soltando chillidos histriónicos. Súbitamente compruebo que de mi abdomen surgen infinidad de pequeños hilos y nervios y músculos que conforman dos pares de piernas a cada lado de mi torso, con lo cual tengo dos nuevas maneras de caminar al lado de las criaturas. Los nuevos pares de piernas destrozan el material viscoso que me recubría y ahora me siento mucho más libre que antes, en sintonía con mis nuevos amigos. Me encontraba en un estado de paz y felicidad que nunca antes había hallado hasta que súbitamente las criaturas desaparecieron , el cielo y la tierra se separaron , Roosevelt y compañía no volvieron a mostrarse y noté como lentamente un sopor insoportable me abatía y me dejaba caer de bruces en la tierra húmeda, de vuelta a la realidad”
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